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sábado, abril 27, 2024

ENSEÑAR EN DEMOCRACIA. Por Alfredo Espinosa Rodríguez

El inicio del periodo escolar en las regiones Sierra y Amazonía levanta expectativas y dudas de estudiantes, padres de familia, docentes y dueños de negocios educativos. Cumplir con las planificaciones académicas realizadas el año anterior, desarrollar destrezas y habilidades en los alumnos, compartir nuevos conocimientos, no sobrecargar de tareas a los estudiantes, dosificar la dificultad de las asignaturas, solventar los costos de la educación privada y obtener ganancias, son algunas de ellas.

No obstante, como muchos otros años escolares, muy pocos docentes se preguntan: ¿Cómo enseñar en democracia cuando los negocios educativos promueven el pragmatismo académico en los jóvenes?

Esta es una pregunta incómoda, cuya respuesta no la encontraremos en las acuciosas reuniones “verticales”, “horizontales” e “interdisciplinarias” que mantienen los profesores secundarios luego de sus clases; mucho menos en sus extensos planificadores, porque lo que queda sentado en el papel –aunque suene rimbombante- no es más que lírica burocrática que reposa en los expedientes polvorientos de alguna coordinación o secretaría académica a la espera de ser exhibidos como vestigio de excelencia que justifique el cobro de una pensión o su incremento.

Tampoco hallaremos una respuesta en los dueños de los negocios educativos, para quienes la democracia se reduce al derecho y la libertad de cobrar por un servicio e inculcar el protogermen “emprendedor” en sus clientes, estudiantes convertidos en súbditos cuyos padres creen en la promesa marketera de que -a cambio de dinero- sus hijos recibirán una suerte de libertad; la libertad que otorga el conocimiento.

Sin embargo, esta es una libertad condicionada a lo que se decide y no enseñar dentro del aula de clases, a las asignaturas que se imparten y a la carga horaria de cada una de ellas. Por ejemplo, más horas a la semana para clases de bussines y menos para filosofía; más horas para reproducir mecánicamente los “consejos y recetas del buen emprendedor” y menos para pensar y problematizar sobre los tipos de emprendimientos, sus consecuencias y por qué la modernidad capitalista impone a los jóvenes esta premisa como única doctrina para alcanzar el éxito.

No se puede enseñar en democracia cuando los espacios de diálogo entre los docentes se encuentran subsumidos al mero aprendizaje colaborativo de lo burocrático y a la toma de decisiones reactivas frente a la situación comportamental y académica de los estudiantes. Situación que se resume en la implementación de estrategias retóricas para disciplinar los cuerpos y las mentes de adolescentes y jóvenes conforme lo establecen los “valores” de las empresas educativas. Siendo esta la cruda realidad de la educación privada (sobre todo de élite), estudiantes y padres de familia deberían preguntarse seriamente: ¿Hasta qué punto los docentes estructuran desde las aulas –con la participación activa de sus estudiantes y en igualdad de condiciones- pedagogías críticas como alternativa a los modelos de educación autoritarios, cuya característica principal es la vigilancia penitenciaria y en cierta medida el fanatismo religioso en ambientes confortables?

La problematización no va de la mano con un pragmatismo académico avorazado por obtener resultados inmediatos, cuantificables en las calificaciones de los estudiantes y, a través de los cuales, se puede medir –nacional e internacionalmente- el éxito o fracaso de los docentes, pero también de las instituciones educativas. Tanto es así que los docentes encaminan la mayor parte de sus esfuerzos a que sus alumnos aprendan a redactar ensayos, informes y resúmenes con coherencia gramatical; aunque sus textos adolezcan de lenguaje académico, análisis, reflexión, problematización y pensamiento crítico. La educación secundaria al estilo McDonald (privada y elitista) y los docentes que la promueven por cumplir con sus políticas de ascensos o por deficiencia de criticidad, obvia esta estructura fundamental de la enseñanza y del aprendizaje compartido.

Para enseñar en democracia no basta describir la sintomatología de los problemas del país en una clase de “Educación para la Ciudadanía” o escuchar el sermón de un docente con crisis de identidad pastoral; tampoco memorizar el número de presidentes o Constituciones que tuvo el Ecuador o informar a los jóvenes únicamente sobre su derecho al voto; porque la democracia no se reduce solo al sufragio. Esta es un modo de convivencia participativa no perfecta, pero sí perfectible, donde se expresan los pesos y contrapesos de las ideologías y los pensamientos diversos a través de la elección de un candidato, en las calles, escribiendo y publicando.

Enseñar en democracia implica compartir conocimientos y estructurar pedagogías críticas entre la comunidad educativa (profesores, estudiantes, padres de familia), desmitificar la figura todo poderosa del docente y resignificar el papel de los estudiantes en cuanto a su potencial y real participación en la toma de decisiones relevantes. Pero también significa des-aprender lo aprendido porque el conocimiento (sesgado) no es sinónimo de verdad absoluta.

Por ello, quienes enseñan bajo la tutela del pragmatismo académico de las calificaciones, reproducen un tipo de autoritarismo hacia sus estudiantes, al limitar su pensamiento crítico y reflexión a cambio de conservar sus puestos y su zona de confort.

Reptar para ascender y complacer al modelo de educación autoritario, de vigilancia penitenciaria y fanatismo religioso es sencillo; solo basta con sustituir la pedagogía por la genuflexión. Enseñar en democracia toma tiempo, porque los docentes con estirpe democrática se forman y renuevan a diario con autonomía de pensamiento, criticidad, respeto a las libertades,  diversidades y en ambientes de equidad. ¿Si no contamos con docentes con formación democrática, cómo podemos aspirar a que nuestros hijos e hijas se conviertan en referentes de liderazgo para las nuevas generaciones?

* Magíster en Estudios Latinoamericanos, mención Política y Cultura. Licenciado en Comunicación Social. Analista en temas de comunicación y política.

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