El Ecuador es un barco que se hunde, pero a la inversa de la tradición las ratas no saltan, se aseguran adentro en el último comedor del navío. La pésima gestión epidemiológica y la falta de ética, caracterizan nuestra realidad pandémica, epidémica y endémica. Lideramos casos de muertos e infectados por habitantes y sin embargo el centro de la crisis pasa de la rapacidad política a la podredumbre moral.
La pandemia alteró el ritmo de eventos recurrentes con brotes cíclicos: dengue, chikungunya, zika, también desnutrición y enfermedades crónicas. El pequeño y céntrico país con pueblo solidario e ineptos gobernantes, mira por turnos como bandidos endémicos de olfato felino y carroñera conducta, se suceden cual peste crónica. Estos chacales reconocieron la inminencia de la epidemia en fuerza mundial y a continuación hicieron cálculos numéricos para sus inmundas fechorías.
En el contexto de la epidemia, la corrupción ensayó marcos ideológicos para el experimento social, por eso vemos que en todas partes se arriendan ideales mesiánicos que luego sucumben al credo liberal, neo liberal o necro liberal de supuesto progreso que resulta endeble, ideal repodrido que se estrella con la realidad de pueblos explotados y luego moribundos. Hoy todo más bien parece un retorno a los tiempos medievales.
El estado de bienestar expone solo catástrofes sanitarias y reaparición de grandes enfermedades en modo planetario. La pandemia compromete la forma de entender las correlaciones entre enfermedad, economía, política y no serán cuestiones simplemente médicas las que se suceden en el complejo de interacciones. Así, por ejemplo, corrupción será también el aprovechamiento del dolor del pueblo agrediéndolo con medidas antes derrotadas en la lucha popular, emitiendo una ley “solidaria” contra la fuerza laboral y la organización proletaria. El sufrimiento se prolonga más allá del cuerpo humano en dirección al cuerpo social total, adolorido y enfermo. Corrupción indolente y rapaz.
Las epidemias y la corrupción forman hacinamientos urbanos, las ciudades lloran, los perros ladran, los bandidos de alto vuelo pululan. En los países pobres como el nuestro la tugurización y el hacinamiento son mayores, fácil es decir desde el poder: quédate en casa, cuando la vida se forja en la calle y sin la calle no hay pan. Mejor lo entienden nuestras comunidades indígenas que sin permiso cambiaron la consigna y repiten, una y otra vez: “quédate en la comuna”. Pero en las instituciones no hay descanso, la burocracia corrupta sí que pestilente hace negocios y negociados y así viven también su hacinamiento
Hacinamiento de vivienda y vida, desde la sociología médica podría devenir en hacinamiento moral por efecto de la epidemia y sus consecuencias políticas dada la rapiña de roedores que pugnan por dirigir el necropoder. En las esferas de decisión además vociferan contra el tamaño exagerado del Estado, como protegiendo sus linderos para robar y realizar sus orgías macabras. Hacinamiento moral donde apretados delincuentes no encuentran reparos para elaboraciones maquilladas de la mentira o la verdad a medias que se descomponen cuando cifras de letalidad o morbilidad los desenmascara, aunque valdría sin mucho esfuerzo contar las cajas de cartón o las fundas sobre preciadas de embalar muertos para saber cuántos fueron y a cuanto se aproxima la mentira
El sistema inmunológico individual, herramienta contra las infecciones se reduce y es casi impotente contra la enfermedad, no obstante, peor y más triste es que no existe un sistema “inmunológico” natural y social para protegernos contra las epidemias criminales como la guerra, la corrupción y los violadores con poderes omnímodos. Se expresa entonces una fiebre colectiva que da fe de la presencia de pandemias, epidemias y endemias diversas, que se suceden en el marco tóxico de un planeta dañado, donde la elevación de temperaturas climáticas ya no alcanza para realizar un programa selectivo de virus resistentes al calor. Termo resistencia se presenta en un modelo de producción y de vida oprobioso que se niega da morir, pese al calor de millones de indignados hoy tapados la boca, pero en grito libertario.
Película de terror policial, en el coronavirus, los personajes que intervienen dificultando el acceso a la verdad, son los que están comprometidos con el crimen. Este personaje tiene nombre, es la clase que dirige la sociedad con políticos sucios que hacen de las suyas en beneficio propio y provocan el crecimiento de los problemas, la burguesía, los patrones, los dueños de los medios para producir y reproducir la vida social ya no solo son explotadores, son culpables, son bandidos. El verdadero culpable es el capitalismo.
“En los países pobres como el nuestro la tugurización y el hacinamiento son mayores, fácil es decir desde el poder: quédate en casa, cuando la vida se forja en la calle y sin la calle no hay pan”.
*Tomás Rodríguez León, máster en gerencia de salud pública, especialista en salud y educación; magíster en epidemiología. Docente universitario.