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miércoles, mayo 1, 2024

LOS HIJOS DEL PUEBLO Y SUS BRAZOS CAÍDOS: EL SINDICALISMO REVOLUCIONARIO Y SUS ENSEÑANZAS HISTÓRICAS. por el Frente de Estudiantes Marxistas (FEM)

El nacimiento del sindicalismo en el Ecuador

La primera experiencia organizativa del proletariado ecuatoriano sobre la que podemos arrojar cualquier palabra que se pretenda tributo y a la vez guillotina del sindicalismo revolucionario es la escalada huelguística gremial de 1920 – 1922 (qué poco a poco iría dejando de lado el carácter limitado del gremio), misma que alcanzó su punto máximo con la escisión de la Confederación Obrera del Guayas (COG) y la conformación de la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana (FTRE). La FTRE protagonizó la dirección de la huelga general del 13 de septiembre de 1922, que culminaría violentamente dos días más tarde cuando batallones de la policía y el ejército acribillaron a los huelguistas en la avenida 9 de octubre y sus calles adyacentes acabando con la vida de más de mil quinientos obreros.

El fascinante recuento de los acontecimientos previos a la ebullición organizativa del 20 excede por mucho la intención de este artículo, pero aun así nos podemos dar el gusto de evocar tal escenario de manera rápida y sin las complicaciones de explicitar en cada caso qué es lo que estaba en juego con cada decisión. El final del siglo XIX vio el inicio de la organización obrera en base al modelo de sociedad mutual y que daría nombre al tan mentado mutualismo. Este tipo de organización se originó en la intención de satisfacer las necesidades básicas e inmediatas de supervivencia de los trabajadores totalmente desprotegidos ante el mercado y la patronal. Es de esta forma que se empiezan a llevar las primeras cajas comunes, fondos para emergencias de enfermedad, accidente de trabajo o muerte del obrero. Montos de dinero destinados a cubrir cualquier eventualidad además de un clima de solidaridad y confianza mutua caracterizaron este tipo de organización que permitía al trabajador enfrentarse a la experiencia del trabajo y de la explotación asalariada ya no como un individuo desprotegido y totalmente subsumido a las fluctuaciones de la oferta y la demanda, sino como parte de una comunidad, la comunidad de los jodidos.

Los trabajadores descubrieron en las sociedades de auxilio o ayuda mutua una forma de apelar a una condición común que los unía en la cotidianidad de la explotación. La solidaridad de clase es el primer rasgo de un reconocimiento de la situación de sujeción económica a la que está sometido el trabajador y es a la vez su primer intento histórico de superación mediante la autogestión. El mutualismo, sin embargo, no despegó de la etapa de aparición espontánea para alcanzar la etapa de elaboración programática, en parte por la naturaleza de su origen, fatalmente atado a las necesidades estratégicas de los grupos de poder en disputa (primero liberales y luego conservadores), y en parte por el carácter limitado del reconocimiento clasista, o mejor dicho pre-clasista, que se limitaba a los dominios del gremio y de las iniciativas autogestivas, circunscritas a la respuesta ante la inmediatez de la supervivencia y fácilmente subsumibles por la patronal.

La FTRE se formó el 15 de octubre de 1922, a un mes de la masacre de noviembre del mismo año. Surgió como una propuesta de la Sociedad Cosmopolita de Cacahueros “Tomás Briones”, una organización anarquista muy combativa que se planteó desde un principio la abolición de la sociedad de clases y del trabajo asalariado. En aquella época se vivió un clima de intensa agitación y propaganda en los barrios más pobres de Guayaquil, y de esfuerzos organizativos alrededor de las necesidades concretas de los peluqueros, los panaderos y los sastres (algunos de los gremios más combativos) insertos en un escenario en el que, para cualquier trabajador era evidente el hecho de que si la unión y la organización eran rechazadas el resultado sería la esclavitud total e insoportable. La huelga de los ferroviarios de la Guayaquil & Quito Railway CO., un verdadero acontecimiento heroico del proletariado, fue la detonante de la huelga general del 13 de noviembre. Las numerosas huelgas solidarias de los trabajadores de tranvías, del astillero, de la empresa de fuerza eléctrica y en general, de la mayor parte de las más de 30 organizaciones que se sumaron al llamado de la Sociedad Cosmopolita y conformaron la FTRE, crearon un espacio en la vida económica de los trabajadores en el que estos pudieron sentarse a decidir qué querían hacer de su futuro… y hacerlo.

 La huelga como expresión histórica de la lucha del proletariado

La huelga general fue decidida en una asamblea conformada por obreros y su comité, el comité de huelga encabezado por la FTRE, se encargó de la organización de la vida y de garantizar la sostenibilidad de la lucha, la defensa de la cotidianidad en medio de un periodo convulso y lleno de incertidumbre pero a la vez de furor y osadía. La creación de un espacio para la política y de un espacio para la autogestión, un espacio que se vuelve premisa de la superación de la explotación, se da precisamente en la negación inmediata y total de la explotación, es decir en la huelga. La huelga, un espacio vacío en la producción, una irrupción en la monstruosa y fatal linealidad de la acumulación de capital,  inundó de valentía y seguridad a los trabajadores que no solo se reconocieron como clase a través de la solidaridad combativa y la unión, sino que abrieron un espacio en la fatal dinámica del capital y crearon una brecha en la inexorable lógica de la vida subsumida a la explotación.

La enseñanza fundamental de la huelga del 13 de noviembre que desembocó en la masacre del 15 de noviembre es que la huelga es el arma de lucha histórica de la clase trabajadora en tanto que la misma clase no existe simbólicamente por fuera del uso de la huelga. Esta afirmación no es fruto del reduccionismo ni de un tratamiento apologético de una particular manifestación de la lucha de clases. La huelga, considerando todas sus especificidades históricas, desempeña un papel decisivo para la formación y construcción de la clase, que también tiene sus especificidades. Pero además la huelga es la forma histórica en que se construye el horizonte político de la clase, es decir aquel que contempla la función destructora de sí misma y a través de esta destrucción la superación de la sociedad de clases.

La forma típica de cómo  funciona la huelga es como constructora-destructora de la clase (permite su construcción pero obligándola, como dejando entrever como una posibilidad abierta y a la vez como una fatalidad, a alcanzar la máxima expresión de su desarrollo, es decir su propia destrucción). Los trabajadores, a medida que trasgreden la condición que les es impuesta y que los convierte objetivamente en una clase, evidencian en lo concreto de la cotidianidad la dimensión clasista que tienen sus vidas: despidos, persecuciones, detenciones, encarcelamientos, asesinatos, etc. En un doble movimiento, la huelga no solo hace reaparecer las contradicciones de clase ya presentes y que en primera instancia permiten la posibilidad de la misma huelga, sino que en sus resultados, en la materialización del poder de la clase parada, rehusada a seguir siendo explotada, aparece y se desenvuelve la experiencia del carácter creador de la clase cuando se niega a sí misma. Patrones y trabajadores tienen intereses contrapuestos, irreconciliables y que involucran la permanencia o superación del actual estado de las cosas. Cuando estos intereses se manifiestan, la única forma en que el trabajador es capaz de vencer es afirmando de manera inmediata y total su condición de humano en la negación de su condición de explotado. Solo en su propia negación, en la negación de la condición fundante de la clase, es que esta puede emerger con todo su poder histórico y alcanzar sus objetivos históricos: la propia destrucción, es decir la destrucción de las premisas de la explotación y así de la explotación en su conjunto.

Como hemos visto, una cosa es el papel de la huelga en tanto instrumento de ciertas formas históricas de la clase (cuyos rasgos como la unión combativa, la acción directa, la autogestión y la solidaridad de clase también son producto de la lucha huelguística), y otra cosa es el papel de la huelga en la aparición de la posibilidad histórica de la superación de la sociedad de clases, es decir, todas las características recién mencionadas pero llevadas a sus últimas consecuencias clasistas. El poder creativo de la propia negación se hace patente y revela la existencia de la misma clase como una contradicción del capitalismo.

 

Sindicalismo reformista

El reformismo dentro del sindicalismo tiene múltiples variantes y manifestaciones, sin embargo todas estas variantes comparten el mismo propósito: ser el freno del potencial revolucionario del proletariado.  El reformismo, por lo tanto, permite la prolongación y la reproducción de la explotación capitalista, aunque su discurso tome ciertos tintes radicales. El objetivo del reformismo es el pacto, el acuerdo con la patronal. Se conforma con la simple aceptación de las demandas de los obreros por el patrono y por lo tanto impide llevar la lucha del proletariado hasta sus últimas consecuencias. Muchos de estos acuerdos son, generalmente, resueltos por debajo de la mesa a expensas de los trabajadores, debido a la división fundamental de la que parte: la división entre jefe-masa, entre líder sindical y masa trabajadora. Esta división es la reproducción interna de la estructura estatal dentro del sindicato. Los líderes adquieren privilegios, tienen la capacidad de negociación con la patronal y hasta  bonificaciones extra por la posición que ocupan. Son los que deciden, de antemano y sin discusión previa, qué medidas se deben de tomar en momento coyunturales y mucha de las veces termina pactando con el estado y los patronos para desmovilizar a los trabajadores.

Las formas sindicales que ha adoptado el reformismo son las siguientes:

Sindicalismo institucional: Son los sindicatos creados desde el Estado para beneficiar a la fracción de la burguesía que detenta el poder dentro de un momento histórico determinado. Estos sindicatos se convierten en agencias gubernamentales de propaganda. Se genera la falsa expectativa en los trabajadores de que el gobierno de turno resolverá el problema de la explotación. En otras palabras, se superpone una instancia externa al trabajador cuyo proceso histórico de formación no responde a los intereses clasistas del proletariado, sino todo lo contrario, perpetúa y defiende la situación de la explotación del trabajo. En el caso del Ecuador, podemos ver claramente  cómo sindicatos entre los que se encuentran el parlamento de los trabajadores, sindicato de trabajadores del IESS y central de servidores públicos, se han puesto al servicio del gobierno de turno para desmovilizar y desarticular el movimiento obrero. Han hecho eso pese a que en la actualidad se quiere aprobar un código laboral anti-obrero que restringe la organización obrera, limita la huelga y elimina algunas de las bonificaciones que actualmente gozan los trabajadores con el código de trabajo vigente.

Sindicalismo partidista: Este tipo de sindicato es el que le hace el juego a algún partido determinado, sea este de derecha o de “izquierda”, con pretensiones electoreras. Los sindicatos, en este caso, son utilizados como base electoral de los partidos políticos y de sus dirigentes . La energía revolucionaria y el descontento se canaliza para la consecución de cargos políticos por parte de las dirigencias. Este ha sido el caso de sindicatos como la FUT, CEOSL y CTE que han servido de plataforma política para partidos políticos como el MPD , el partido socialista y el partido comunista del ecuador. De esta manera las reivindicaciones concretas de los trabajadores son re-funcionalizadas a la dinámica parlamentaria y en general al marco institucional burgués, imposibilitando cualquier daño real a la estructura de la acumulación de capital y por lo tanto a la estructura de la explotación del hombre por el hombre. Es así que  la experiencia histórica nos ha demostrado que la búsqueda y la lucha por un cargo político solo terminan desarticulando y desmoralizando la lucha de los trabajadores, debido a que son los dirigentes oportunistas los que se ven beneficiados con estas plataformas. Muchos de estos sindicatos terminan apoyando formas políticas reaccionarias y manifestando ideas abiertamente anti-obreras, como por ejemplo la CEDOC en los años 70, cuando se convirtió en plataforma política de la democracia cristiana y manifestaba abiertamente su adhesión anti-comunista y por lo tanto anti-proletaria.

Principios organizativos del sindicalismo revolucionario

Entre las distintas manifestaciones que ha tenido la lucha sindical a lo largo de su historia, podemos referirnos a aquellas más combativas, y cuya tendencia se aleja de las formas antes descritas como reformistas, como constituyentes del sindicalismo revolucionario. Debido a la convergencia entre estas formas de distintas tendencias en la acción nos permitimos para el efecto de su análisis agruparlas de manera de principios. Los principios organizativos que nos ha legado el sindicalismo revolucionario nos permite pensar y repensar no solo la organización de los trabajadores, sino también la organización y reestructuración del movimiento estudiantil. Estos principios son los siguientes:

Internacionalismo: El internacionalismo parte de la idea de que los trabajadores, estudiantes, campesinos y todas las capas sociales explotadas no tienen patria. Es decir, nuestra lucha no tiene que ser por la liberación nacional y para fortalecer el estado-nación. Si no que nuestra lucha es precisamente contra ese aparato. Por otro lado, reconoce el hecho de que hay que dar un salto cualitativo de la lucha particular, que se gesta en una región determinada del mundo, a la configuración de la lucha global y por lo tanto internacional. Es la solidaridad con todos los movimientos proletarios del mundo entero.

Autonomía de clase: La autonomía de clase es la práctica histórica que busca la constitución y reconfiguración de la organización proletaria en base a su propia autonomía e independencia, sin ningún tipo de concesiones ni alianzas con la burguesía, por más de que algunos partidos propugnen la idea de la “alianza histórica”. Nuestro objetivo tiene que ser la destrucción del capital y  de su aparato político, el estado. La creencia de que debemos crear “relaciones de producción capitalistas” como fase previa a la revolución comunista es una idea reaccionaria y termina beneficiando a las burguesías nacionales de cada país. Los intereses de la burguesía y los interés del proletariado son antagónicos y la reconciliación de estos, por más de que se plantee que solo es algo transitorio y no permanente, siempre terminará beneficiando a la clase que detenta el poder.

Democracia directa: Se entiende como democracia directa a la posibilidad de tomar acciones sin intermediario alguno, pero dentro de un entorno en el cual no se posicione la opinión de la “mayoría” que desplaza y relega a la “minoría” a aceptar decisiones con las cuales puede no estar de acuerdo. La democracia directa acoge y respeta las distintas posturas presentes en una sociedad que ha decidido autogobernarse. En el caso de la democracia directa al interior del sindicato, se trata de rebasar la división jerárquica entre dirigentes y masas, latente en todo sindicato y presente en el sindicalismo reformista. No se puede examinar el reformismo y la estructura dualista típica del partido por separado, estos parten de  la división operativa entre un grupo de sujetos interesados en el proceso y que respaldan al proceso con sus acciones (masas) y un reducido grupo de personas que llevan a cabo la representación y las negociaciones ( dirigentes)  que dan cabida a la conciliación de clases, la cooptación de los sindicatos, y la consecuente neutralización del potencial revolucionario del sindicalismo.

Acción directa:La acción directa es la clara manifestación del valor dado a la inmediatez y radicalidad de los resultados. La solución a los problemas colectivos y cotidianos por cuenta propia, utilizando las propias fuerzas y en función de los propios límites es la acción generadora del espacio vacío en la dinámica del capital. La acción directa comprende actos concretos llevados a cabo por los propios afectados para evitar acuerdos y pactos por parte de las autoridades “representativas” que resultan insuficientes en la mayoría de ocasiones y que toman decisiones que no resuelven nuestras necesidades y propuestas. Acciones como la desobediencia civil, la huelga y la recuperación, entre otras (expropiación) permiten salirse del marco de la lógica de la explotación rechazando la materialidad de su dinámica, rompiéndola y actuando por fuera de ella. La acción directa es la manifestación cruda y más poderosa de los intereses de la clase y en su desenvolvimiento se va descascarando la máscara del Estado, de ciertos progresistas cuyas posturas pueden pasar por obreristas y radicales en tiempos de paz social, pero que en tiempos de agudización de la lucha de clases se alinean inmediatamente con los intereses de la burguesía, y por supuesto, de ciertos dirigentes que no tuvieron nunca la intención de respaldar y catalizar los intereses de sus compañeros, sino solo de disfrutar de las prebendas que la burguesía tiene que ofrecer para costear la paz social.

 

El sindicalismo revolucionario, como hemos visto al revisar sus principios más representativos, está basado en la concreción de los intereses de la clase del proletariado rechazando toda posibilidad de conciliación entre estos y los intereses de la burguesía. Esta postura surge de la certeza de que entre clases no puede haber más que guerra y una subsecuente destrucción de ambas que solo puede desembocar en  la superación de la explotación de la cual es objetola clase trabajadora o en el sometimiento y  degradación de su condición humana. El sindicalismo revolucionario no acepta ninguna convergencia entre los horizontes políticos de una u otra clase, y gracias a esto es capaz de vislumbrar la consecuencia última de la lucha: la unión y organización combativa de todos aquellos que comparten la condición de ser explotados.

El sindicalismo revolucionario fundamenta su acción en la lucha económica, en especial a través de la acción directa como la huelga y la recuperación, pues la negociación solo permite la postergación del choque definitivo que abrirá la posibilidad de superación de la explotación salarial y de la sociedad de clases. Se reconoce al internacionalismo y antimilitarismo como principios básicos, pues los trabajadores del mundo no tienen patria. Al igual que la explotación y el capital no respetan ni distinguen fronteras políticas, ni raciales, ni lingüísticas, la lucha contra el capital tampoco debe conocer tales fronteras. Los trabajadores del mundo no tienen por qué ir a la guerra a morir en defensa de los intereses de las distintas facciones de la burguesía. Las pugnas internas de la clase explotadora mundial no pueden significar el enfrentamiento de los trabajadores ni la construcción prejuicios ni resentimientos que solo dividen a la clase y le impiden desarrollar una lucha que alcance dimensiones totales.

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