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viernes, mayo 3, 2024

UNA CRÍTICA A LAS POLÍTICAS CULTURALISTAS –O CULTURALES- DESDE LA IZQUIERDA

UNA CRÍTICA A LAS POLÍTICAS CULTURALISTAS –O CULTURALES- DESDE LA IZQUIERDA

David Guzamán Játiva

 La crisis de los relatos emancipatorios, de las utopías críticas, devino en lo que hoy conocemos como posmodernidad. El fin de las ideologías (izquierda y derecha) significó simplemente el fin de la izquierda. Vivimos todavía en un sistema económico capitalista.

Si nuestra economía se encuentra articulada a partir del mercado, ¿En torno a qué se construye la política, sobre todo si la izquierda quedó totalmente fuera del juego?

La respuesta es que la política posmoderna se construye a partir de la cultura. Es decir, los ideales liberales, humanistas, que colocaban a la razón (incluso a la razón utópica) en el centro del mundo, y que hacían posibles los discursos revolucionarios, la creación de democracias reales, hoy comienzan a ser sustituidos por un fundamentalismo cultural –o incluso racial- que tuvo ya su primera guerra en la ex Yugoslavia.

Esta es una cuestión en la que se combinan la filosofía y la política, y que tiene como fetiches al arte y a la ciencia. O para ser más precisos, a la estética y a la ciencia.

El fin de los grandes relatos, de las utopías críticas, tuvo lugar por el fracaso de la Unión Soviética, a la que podríamos llamar una Utopía Perversa, como también lo son Cuba, Corea del Norte y posiblemente lo sea Venezuela. Estas utopías perversas fueron capaces de colectivizar la economía, es decir, de abolir la propiedad privada, pero fueron incapaces de conservar el liberalismo político, es decir, la capacidad de criticar, y se convirtieron en dictaduras. La economía era colectiva pero la razón fue expropiada por el partido. La razón liberal, dialéctica, es decir, la capacidad de argumentar fue abolida.

Si la política dio un duro golpe a la izquierda -¡Pero la Unión Soviética no se derrumbó en 1989, sino cuando Stalin asumió el poder, porque fue el inicio de la dictadura!- la filosofía hizo otro tanto.

Los filósofos estructuralistas –pienso en Foucault y Levi Strauss, aunque otro tanto se podría decir de Barthes- utilizaron la lingüística y la semiótica para elaborar lo que ellos denominaron una crítica radical del humanismo. Su propósito era abandonar la perspectiva humanista y reemplazarla por la materialidad de las estructuras lingüísticas y semióticas. Abandonar la perspectiva humanista significaba abandonar la racionalidad cartesiana, la crítica kantiana, la dialéctica de Hegel. Significaba abandonar también a Marx, porque ¿Qué sentido humano puede tener la historia, si el hombre no existe?

En sus múltiples interpretaciones de la literatura Barthes hace un elogio del pluralismo y termina en el placer del texto. Por lo tanto, si nos detenemos a pensar un minuto, lo que nos queda de la literatura ya no es la transmisión del antiguo humanismo, el viejo Sartre que defendía la libertad, o el tozudo Dostoievski que sufría por matar a una vieja usurera, sino un texto. Un sistema de signos. El drama humano se ha desvanecido para dar lugar a la proliferación de signos.

Esta desacralización de lo humano significaba no sólo la renuncia a la crítica y a la democracia, sino la exaltación de la diferencia por sí misma. La exaltación de la cultura y la lengua, y en otro sentido, de la mercancía y la técnica. ¿Qué es una cultura, sino una trama de signos? ¿Qué es una lengua sino lo mismo? Compartir un conjunto de signos adquiría por lo tanto un valor político. O después de la muerte del hombre, o de la conversión del hombre en signo, la cultura era la única posibilidad de la política.

La política de la cultura no es una cuestión nueva: la imposición de una religión sobre otra, de una lengua sobre otra, que fue lo que sucedió en la conquista española, era una lucha cultural. Y sin embargo, la modernidad (O sea, desde el siglo XV) fue capaz de crear sociedades fundadas en la racionalidad, es decir, sociedades democráticas, capaces de ejercer la crítica y la argumentación. ¿Tiene sentido defender una lengua o unas tradiciones en lugar de defender la racionalidad? ¿Existe alguna lengua en la que no se pueda expresar uno con racionalidad? ¿Existen lenguas más racionales y otras menos racionales? ¿Pueden existir dos ideas distintas de la justicia?

Hay que retomar el antiguo camino de la racionalidad y la argumentación: sea que venga de Grecia, de la antigua Persia o de la China.

Durante los últimos treinta años, después del fracaso de las utopías modernas, pero fundamentalmente tras el ingreso de la filosofía estructuralista y posestructuralista, la política se fundamenta en la semiótica, lo cual es muy peligroso, pues es como decir que cada vez van a ser más frecuentes los nacionalismos, los etnicismos y los culturalismos. Divisiones identitarias de las que nos mantenía a salvo la modernidad.

Eso explica en parte la existencia del movimiento indígena como actor político y social, las demandas de los vascos o catalanes y las guerras fratricidas en la ExYugoslavia.

¿Qué eran, entonces, los estados nacionales, antes de la irrupción de la política cultural? Eran simplemente los espacios administrativos en los que se organizaban las repúblicas. Las relaciones entre repúblicas se denominaban internacionalismo. La emergencia de una dictadura ponía en riesgo el internacionalismo republicano.

Para las organizaciones políticas organizadas en base a la cultura no existe razón que valga, pues la razón es siempre humana, y la política cultural no lo es: tiene que ver con el mercado, la semiología y la técnica. La política cultural en nuestro mundo deviene mercancía, estética, artificio.

La estetización de la vida cotidiana significa que pasamos de la crítica como fundamento de lo humano, a la interpretación de lo humano. La interpretación es indiferente: no puede elaborar juicios, sino que se plantea como un continuo juego de metáforas. Estas metáforas sensibles tienen un complemento en la tecnología, pues la tecnología, o la ciencia, no es más que la intervención experimental del hombre en la realidad. La ciencia es experimentación, sobre todo. Es decir, tanto la estética como la ciencia se mueven en el terreno de lo material, o si se prefiere, de lo sensible, y al combinarse con las mercancías terminan por conformar lo que podríamos denominar un capitalismo-semiótico-científico. Una triada, tal como si habláramos de un signo.

Esa es la causa que se diga en estos días que vivimos en una nueva edad media: el tiempo se ha detenido, porque ya no existe ninguna razón que sea capaz de señalar un punto débil en una argumentación, y por lo tanto, de plantear un cambio verdadero. Los cambios tienen lugar en el ámbito de la ciencia, la cultura y la economía, pero son cambios indiscriminados, o si se prefiere, los movimientos de un frontispicio barroco.

Este barroco contemporáneo, como el barroco de la contrarreforma, oculta el vacío. Las formas voluptuosas y abundantes esconden la ausencia de lo sagrado: la razón humana, crítica y utopía, han desaparecido del escenario y han dejado su lugar a la multiplicidad de las formas. Hablar del colonialismo cultural, del multiculturalismo, del interculturalismo (justicia indígena, plurinacionalidad, etc.) me parece que es establecer un fundamentalismo semiótico. Ontologizar la cultura, la lengua, incluso el color de la piel. No olvidemos lo que pasó en la ex Yugoslavia. ¡Lo que hicieron los nazis y los fascistas con los que tenían otro color de piel u otra cultura!

Pensemos en el estado de Israel: es un estado judío, o sea, un estado religioso. ¡Una teocracia! ¡Un régimen fundamentalista! Es cierto que los nazis cometieron un crimen con los judíos, por su fundamentalismo racial; pero ahora los judíos (un pueblo resentido, como lo fueron los nazis en su momento) apelan a un fundamentalismo cultural. ¡Que no nos suceda lo mismo en América!

Hace unos días una amiga nicaragüense trataba de entender por qué en mi país, Ecuador, trazábamos una diferencia entre indígenas y no indígenas. Ella no lo entendía, porque en Nicaragua esas diferencias eran simplemente intrascendentes, mientras que en Ecuador esas diferencias (que son una pura semiología, es decir una irracionalidad) se han acentuado en lugar de aplacarse. Lo que necesitábamos era un modelo racional de gobierno, con una justicia humana racional, con una cámara de representantes racional, con un ejecutivo racional. El gemelo absurdo del racismo blanco es el racismo indígena o negro.

El capitalismo-semiótico-científico tiene otro correlato político, además de la defensa irracional de una lengua o de una tradición. Si bien ese fundamentalismo lingüístico o tradicionalista explicaría, como dije antes, la política indígena, negra o vasca, en otro sentido explica lo que sucede con el imperialismo estadounidense y europeo, que es una articulación entre capital, lucha contra el islam y un despliegue comunicacional y armamentístico.

Si la mera existencia de estos separatismos indígenas o catalanes pone en riesgo las formas republicanas, el imperialismo estadounidense y europeo ha destruido completamente la sociedad de naciones, o sea, las Naciones Unidas que era una sociedad de estados, la mayoría de veces, republicanos. Curiosamente, el fin de la sociedad de naciones significa al mismo tiempo una proliferación de naciones, cada vez hay nuevas minúsculas naciones que se unen a la ONU, sin embargo de que la ONU ya no representa a nadie.

Pensar desde la izquierda significa, en este estado de cosas, pensar de forma racional utópica. O como diría Marcuse: erotizar la razón.

 

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