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EL ESLABÓN MÁS DÉBIL… Por Mónica Delgado G*

23 de noviembre 2016

“La mujer que vivía en lo profundo del bosque encontró a dos días de camino una aldea.Se escondió entre los árboles más cercanos y miró con un poco de cuidado, pues no eran buenas algunas de las cosas que había escuchado acerca de los hombres: Tienen un corazón sordo, habían dicho los ruiseñores, Matan sin tener hambre, habían advertido los lobos”   

Vera y Lizardo Carvajal –“Érase una Mujer que conoció el lenguaje secreto del Universo”

El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la Mujer, y parecería una suerte de retórica inconclusa frente a las interminables cifras de violencia hacia las mujeres en el mundo. Aunque por un lado existen múltiples avances en cuanto a sus derechos, en otros lugares éstos todavía son insignificantes. La pobreza sigue teniendo rostro de mujer, la migración climática la viven las mujeres, las violaciones y asesinatos los sufren las mujeres. Y mientras todo esto siga sucediendo, será un asunto de género.

Es que la violencia en sus múltiples expresiones toma otros matices según el espacio en el que se ejerza. Las universidades no están exentas de violencia simbólica y epistémica, traducida desde la deslegitimación continua de los conocimientos y saberes de las mujeres: de su trayectoria, méritos académicos y experiencia, hasta la violencia económica como antología del obstinamiento patriarcal que busca someter, controlar y dominar de forma perversa y cruel.

Es que la violencia económica supone la vulneración del derecho a la vida de la mujer que es violentada, y de quienes dependen de ella para su supervivencia-. Es la frontera entre la dignidad humana y el exterminio de la especie. Seguramente, la violencia económica junto con la violencia simbólica son la fórmula perfecta para cercar un espacio de intervención social logrado y ganado a pulso por las mujeres en la academia. Para mi asombro, es una receta que se repite en varias universidades en el Ecuador, donde el discurso por la equidad de género – cuando existe – es simple retórica diplomática para eventos públicos, y que en el día a día, se traduce a la descalificación y cuestionamiento permanente del discurso, trabajo, y acciones de las mujeres docentes. Resulta vergonzoso reconocer que toda la reforma universitaria realizada en el Ecuador durante los últimos años, no ha podido doblegar el poder patriarcal instalado en los centros de educación superior, donde todavía son una minoría las mujeres docentes e investigadoras con capacidad de decisión, autonomía y gestión en cuotas igualitarias en relación a sus pares de género masculino.

En el año 2014, durante un encuentro sobre Género y Universidad,  realizado en Quito, una destacada investigadora mexicana, aproximó la siguiente conclusión: “las mujeres que queremos llegar a un espacio académico de igual relevancia que los hombres, no sólo que debemos enfrentar muchas dificultades propias de nuestro género, sino disputar permanentemente la legitimidad de estar ahí”. Es decir que las mujeres en las universidades estamos en una lucha interminable por “ganarnos el derecho” de estar, de decir y de pensar. De ahí que no es suficiente el mérito académico, – discurso que no tiene igual relevancia en todas las disciplinas científicas, y que se sobredimensiona en el caso de los hombres-, mérito que es subordinado cuando se cuestionan los abusos de poder dentro de una institución académica. El derecho de estar, además supone en algunos casos postergar relaciones afectivas y hasta la maternidad, como si esta última no fuese un acto político en sí mismo, legítimo e importante. Seguramente estas cosas serán imposibles de entender para una estructura machista y discriminadora que enarbola la competitividad académica y mira con desdén a quienes no son “sus pares” idóneos.

Las mujeres que hemos sido y somos sujeto de estas prácticas de violencia que con el tiempo se van perfeccionando hasta llegar a ser formas de violencia institucionalizadas, somos uno de los eslabones más débiles de la cadena, porque la obsesión del dominio patriarcal elige perfectamente a sus víctimas, ya sea por su edad, por su condición personal, por sus líneas de investigación, militancia y hasta por sus méritos académicos, colocándolas en situaciones de absoluta vulnerabilidad.

Silvia Federici, hace algunos meses dijo lo siguiente: “la lucha feminista ha sido la lucha contra las desigualdades, y esta lucha es ahora más urgente que nunca”, de ahí que es impostergable mantener con firmeza y dignidad la disputa por la igualdad y la no discriminación a través de la resistencia en redes de solidaridad que confronten la cobardía, y el amedrentamiento ejercido a través de procesos administrativos. Es vital fortalecer alianzas que fortalezcan estas luchas y militancias desde las prácticas, en contacto con los otros, y no desde los escritorios de como lo hacen algunxs colegas.

Con todo esto me queda la certeza de que las mujeres que luchamos por la igualdad de derechos en los espacios académicos, seguimos siendo el sujeto a ser destruido. Nuestras ideas, pensamientos, sentimientos y acciones resultan problemáticos para el poder, y deben desplazarse para evitar que florezcan, pero en todo caso somos muchas y muchos hombres que también se unen a esta lucha, con una exigencia vital por la equidad y la justicia. Ya lo dijo Marcela Lagarde: “las mujeres no somos un tema, somos una causa”.

 

*Mónica L Delgado G., Docente del Departamento de Ciencias Sociales, de la Escuela Politécnica Nacional EPN, Comunicadora Social, Feminista y militante por los derechos de las mujeres.

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