Las pirámides truncas y otras construcciones de Cochasquí, situadas en una amplia llanura en el declive de las faldas del volcán Mojanda, entre los ríos Chota y Guayllabamba, dan testimonio de la existencia del pueblo caranqui entre los años 850 a.C. y 1550 d.C. Son testimonio de lo que conocía y deseaba conocer.
Las pirámides, de acuerdo a conocidas concepciones universales, representan a la montaña, asentada en la mitad del mundo, por cuyo centro y prolongándose hacia arriba tiene un eje que apunta a la estrella polar, la más visible a simple vista.
La montaña es percibida como imagen del universo, con tres zonas distinguibles: la superior, el cielo; la media, la tierra; y, la inferior, el inframundo o reino de los muertos. Estas bandas se vinculan entre sí por una escalera, en los ejemplos mayas, o mediante una rampa como ocurre en la pirámide de Pachacamac, en la costa peruana.
En las pirámides de Cochasquí, el vínculo consiste en una rampa, que define la dirección hacia arriba o hacia abajo. En las plataformas cimeras de algunas se han conservado vestigios de ceniza, lo que probaría que se encendían fuegos nocturnos, que a la vez se pueden relacionar con la identificación del género femenino con la oscuridad y la noche, idea muy difundida en sociedades clánicas similares a la de los caranquis. Es posible que entre estos el culto haya estado a cargo de mujeres a las que se llamaba Quilaco.
Las mamas Quilaco no solo escrutaban las estrellas, a más de ejercer poder y soberanía en los ayllus, sino que transmitían el apelativo a sus descendientes y organizaban la defensa militar. Algunos cronistas, Cabello de Balboa y Montesinos, entre otros, se refieren a la reina Quilaco, que gobernaba en Cochasquí, circunscripción a la que denominaron reino.
Las mamas Quilaco no solo escrutaban las estrellas, a más de ejercer poder y soberanía en los ayllus, sino que transmitían el apelativo a sus descendientes y organizaban la defensa militar.
Ileana Almeida
Cuando Huayna Cápac llegó al lugar, la señora Quilaco se rebeló y presentó combate. La lucha fue ardua y la soberana convocó a curacas de la zona, que se unieron y derrotaron a los invasores. Según Montesinos, el inca le hizo a la señora muchos agasajos, le ofreció ricos presentes y la requirió de amores. Emparentar con los pueblos que los rechazaban, o que se rebelaban, era la opción utilizada por los incas para entrar en alianza.
Más tarde aparece en la historia el príncipe Quilaco Yupanqui. ¿Tal vez este fue vástago de los amores entre Huayna Cápac y la reina Quilaco? En todo caso, creció en la casa de la coya, en Quito, como hermano de leche de Chuquiuspay, la ñusta desposada por Huáscar. Los dos nombres del príncipe testimonian el alto precio que los incas tuvieron por la señora Quilaco ya que el apellido Yupanqui era privativo de la nobleza. En la guerra fratricida entre los auquis, Quilaco Yupanqui fue embajador de Atahualpa ante los cuzqueños, y propició una solución pacífica para la discordia por la sucesión. Si los hermanos hubieran depuesto actitudes, otra habría sido la historia de estas tierras.
“Cuando Huayna Cápac llegó al lugar, la señora Quilaco se rebeló y presentó combate. La lucha fue ardua y la soberana convocó a curacas de la zona, que se unieron y derrotaron a los invasores”.
Ileana Almeida
*Ileana Almeida es filóloga. Profesora universitaria, investigadora, periodista. Nacida en Ambato, Ecuador. Es autora de varios libros, ensayos y artículos de su especialización. Algunos de sus trabajos han sido publicados en México, Perú, Estonia, España, Alemania.
Foto: Ginger Marcus (https://www.flickr.com/photos/97669957@N04/)