Las primeras veces que los huaorani llegaban a Puyo causaban asombro: ¡Ya llegan! -se pasaba la voz- y la gente salía a las calles para contemplarlos y fotografiarse con ellos. Impresionaban por su belleza corporal, la desnudez, las largas cabelleras negras hasta la media espalda. Iban a Unión Base a reuniones políticas de la Confeniae.
Cuando el grupo se alejaba, la gente comentaba que los huaorani vivían en los árboles, que eran feroces, que los hombres convivían con varias mujeres, que comían carne cruda. Hasta ese punto se desconocía la realidad de este misterioso pueblo amazónico, reducido al olvido por un Estado indiferente que nunca ha reparado en los atropellos que han sufrido en distintas épocas.
Últimamente, investigadores de diferentes disciplinas están descubriendo la riqueza de sus valores tradicionales, pero aún quedan muchas dudas por despejar. Los mitos, que a su manera narran la historia, dan algunas pistas: Huen Gongüi, creador, hizo al hombre de maíz, pero sus criaturas se portaron mal y fueron abandonadas, sin embargo regresó llevando consigo las grandes aguas. De sus brazos colgaban largas cintas de algodón de la que pendían flores rojas. Los huaorani le suplicaron que no los dejara morir y el dios se apiadó, golpeó con su pie el suelo y las aguas se apartaron. El dios se alejó, dejando al águila arpía como centinela del mundo.
Según el mito, los huaorani cultivaban el maíz y el algodón, lo que refuta la idea de que son solo recolectores y que prefieren las plantas semi silvestres. Las flores son símbolo de vida, del nacimiento de un niño, que es el mayor acto de la creación divina porque es el resultado de la mezcla de las sustancias que emanan del hombre y la mujer en el acto de la unión carnal. (Lo de los dos elementos propios de la creación recuerda el mito quechua de Wira Kocha, el dios creador, cuyo nombre significa la unidad de dos substancias vitales).
Varias familias por línea materna conforman la familia ampliada, rigurosamente establecida a través de normas morales. Viven en casas grandes, las malocas, situadas en las cimas de las colinas. Casi siempre los jóvenes solteros habitan en pequeñas casas vecinas. Los hombres que se casan con las mujeres de una maloca pasan a ser miembros del clan de la esposa y puede casarse con sus “cuñadas”, aunque cada una tiene su propia hamaca y fogón. La poliginia de las hermanas se basa en la creencia de que las mujeres tienen que vivir con su madre y sus hermanas y en la necesidad de compartir las tareas del campo y de la casa. (L. Rival)
La relación íntima que tienen los huaorani con la naturaleza les da una identidad especial, es una afinidad mística. Nadie como ellos para protegerla, alentarla y mantenerla en todo su esplendor. ¡Cómo es posible que no percibamos la voz de vida más clara que aún nos queda!
“Pueblo amazónico, reducido al olvido por un Estado indiferente que nunca ha reparado en los atropellos que han sufrido en distintas épocas”.
*Ileana Almeida es filóloga. Profesora universitaria, investigadora, periodista. Nacida en Ambato, Ecuador. Es autora de varios libros, ensayos y artículos de su especialización. Algunos de sus trabajos han sido publicados en México, Perú, Estonia, España, Alemania.
Laura M. Rival. Transformaciones huaoranis. Frontera, Cultura y Tensión. Tinkuy 3. Universidad Andina Simón Bolivar, sede Ecuador. The Latin American Centre University of Oxford. Ediciones Abya Yala. Quito, Ecuador. Quito, 2015.
Rolf Blomberg. Los aucas desnudos. Editorial Abya Yala. Quito, Ecuador. 1996.
Miguel Ángel Cabodevilla. Los Huaoranis II. Editorial Cicame.