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¿Y AHORA QUÉ HACEMOS COMPAÑERITOS? Entrevista a Paco Rhon. Por José Hernández

 

El Hoy <www.hoy.com.ec>
16 Diciembre 2013

Francisco Rhon, director del Centro Andino de Acción Popular, habla sobre la crisis de los movimientos sociales y de la izquierda, que nunca pensaron la democracia. El mundo cambió y ellos no se adecuaron. También muestra cómo Correa creó la ilusión de que la gente está siendo incorporada…

El Gobierno acaba de disolver a la organización Pachamama valiéndose del decreto 16. Y no hay reacción social. ¿Por qué los movimientos perdieron esa capacidad?

Hay una transformación que hay que ir reconociendo y entendiendo en la sociedad ecuatoriana de los últimos años. Las reformas constitucionales del 98 fueron muy valiosas en términos de interculturalidad, de reconocimiento de derechos colectivos.

Fue como el momento culminante de las aspiraciones y las capacidades de reivindicación de los movimientos sociales.

La diferencia con la Constitución del 2008 es que ya hay un cierto reflujo de los movimientos sociales y emergen las ONG. Yo quisiera tomar distancia entre ONG y organizaciones de la sociedad civil. Lo cierto es que a la Constitución del 2008, llegan 5 ó 6 mil propuestas, ideas, incluso constituciones completas, de esas organizaciones que escapan a lo que podrían ser los movimientos sociales y los partidos que ya no tienen capacidad de representación. La Constitución, al menos al inicio, recoge muchas de esas iniciativas.

Eso habla ya de la crisis de los movimientos sociales. Además, al recoger esas expectativas, el Gobierno dejó desértico el espacio social.

Esto es lo curioso porque la plurinacionalidad es una definición en la Constitución sin otra historia que no sea esa definición en la Constitución. Nadie está debatiendo qué es el Estado plurinacional. La discriminación sexual es un avance importante de grupos muy específicos, pero nadie debate y por los periódicos sabemos que siguen habiendo actitudes xenofóbicas. La sociedad no ha transparentado, no ha sudado el asunto. El Estado cooptó estas manifestaciones y normatizó todo lo posible. La participación se volvió un problema estatal, no de la sociedad civil.

Los movimientos sociales creyeron que por escribir los cambios en la Constitución, se llevarían a cabo en la sociedad. ¿Ese fue el error?

Claro, cuando la costumbre es: hecha la ley, hecha la trampa. Toda ley necesita un trámite social. Pero resulta que funcionan, en una sociedad ladina y espesa como la nuestra, al menos 2 ó 3 formas de ley. La típica de la calle: usted hace acuerdos con el vecino y eso se respeta. En otras partes del país si no se respetan, se cobran de cualquier manera. Pero hay varias legalidades.

En ese punto, ¿la Constitución de Montecristi es una ficción hecha ley?

Es un conjunto de aspiraciones de la gente que requeriría incluso de un proceso de una depuración posterior. La idea que se tenía de debatir la Constitución, de darle tiempo para incorporar incluso el pensamiento de los opositores más duros –entiéndase Partido Socialcristiano– para que se sintiesen incorporados y, por lo tanto, parte de una Nación, no funcionó. Eso se frustró, eso fue lo que provocó la salida de Acosta.

¿Pero en Montecristi los movimientos sociales ya no eran un montón de etiquetas con muy poco contenido social real?

Hay dos cuestiones centrales, entre otras. El Gobierno en los años de ejercicio del presidente Correa avanzó un conjunto de acciones sociales: incrementó el bono, mejoró la educación y la salud, extendió su cobertura, etc. De alguna manera, eso cumplía con el imaginario de igualdad que la gente tenía. Hay que tener en cuenta que la izquierda nunca entendió lo que era la democracia. La izquierda ahora, en algunos niveles, es mucho más moderna y comprensiva de otra situación. Pero esa izquierda lo que tenía en su cabeza era la idea de igualdad.

El Gobierno ha logrado ciertas cosas de igualdad que se confunden con inclusión. No es lo mismo tener igual acceso a los bienes de producción, a tener derecho a la opción sexual que yo quiera. Sin embargo, para el efecto de esta idea de igualdad, de inclusión más roussoniana, este lenguaje fue instaurado con mucha habilidad y la gente asumió que se había logrado.

El Gobierno cumplió, entonces, con un imaginario de deuda no pagada de la cual esa izquierda siempre se hizo cargo. Pero evitó el montón de libertades que se agregan, que es una característica de democracia contemporánea. ¿Por qué?

Porque –esa era la segunda parte– tenemos copamiento y cierta anulación de los movimientos sociales y demandas tipo ONG, por un lado. Pero, por otro parte, el Gobierno cooptó los mejores cuadros de todo este proceso de 40 años, y esa izquierda del 70 –lúcida, que más o menos produjo trabajos serios–, ingresó con mucha euforia al asunto. Luego fue tomando distancia. El resto, asumió que ese era el destino de izquierda que ellos habían estado buscando desde los años 70.

Por un lado hay caos y, por el otro, es más grave todavía: esto se ha ido concentrando con un liderazgo fuerte, en una forma plebiscitaria del ejercicio del sistema político. Ahí será muy difícil avanzar y a la izquierda le queda pensarse de nuevo. Quizás esta sea su buena oportunidad de tomar café, empezar a pensar y mirar qué pasa en las calles.

¿Eso significa que la izquierda, que pretende ser contemporánea, tiene serios desfases con los nuevos ciudadanos y que están en desuso hasta las formas que se dieron los movimientos sociales?

Los movimientos sociales que vimos, que fueron un eje importante y actores políticos importantes en la década de los 90, ya no son lo que eran. Se están reprocesando de otra manera porque la propia realidad así lo define. La ruralidad no es la de los 90. Las connotaciones del debate de la problemática agraria ya no confronta terratenientes versus campesinos. Son empresas, agronegocios que ni tienen que ver con ninguna tradición terrateniente o hacendaria. Vienen de Chile, de Brasil, de cualquier lado. Están interesados en palma africana y no tienen nada que ver con ninguna otra cosa. Ya no podemos seguir teniendo el movimiento campesino luchando por la reforma agraria cuando el problema laboral de despojo de tierras es un problema de capacidad, de productividad. Las condiciones del desarrollo tecnológico son brutales en desplazamiento formidable del trabajo humano. Cuando todo esto está ocurriendo, la izquierda, los movimientos progresistas, deberían pensar qué significa eso.

Ahí hay dos cuestiones no entendidas antes: la democracia y la libertad de expresión porque la gente está reclamando –se ve en estas asonadas en Brasil y la primavera árabe– quién me pidió mi opinión. La gente está buscando opinar y participar. No es que quiera, con eso, transformaciones profundas en la sociedad. Su idea central es: no queremos jefaturas, no coordinamos con nadie, no dialogamos con nadie.

¿Entender esos ciudadanos no debiera ser el programa contemporáneo de cualquier político del borde que sea? La antigua izquierda sigue pensando en cambios macro cuando los ciudadanos buscan cosas concretas, cotidianas, de su entorno.

Además, las grandes cosas macro son bien vaporosas. El gran programa macro de destrucción y construcción de otra cosa, distinta al capitalismo, es mucho más complejo de lo que nunca fue. El capitalismo nunca ha sido tan hegemónico y absoluto. No hay cosa en el mundo que se mueva al margen de esto. El capitalismo ha traspasado todas las relaciones de producción posibles.

¿Esa lectura pasa por superar la indolencia que ha tenido la izquierda por las libertades reales y concretas de los ciudadanos?

La izquierda está confrontada a mirar esto o a no tener contraparte ni contrapunto con quien conversar. El asunto es el siguiente: estamos ante un nuevo homo que ya no tiene nada que ver con el pasado y no tenemos la capacidad de un Weber para explicarnos la construcción de un Estado y cómo debe ordenarse la sociedad. Piensa en las mega ciudades que son otros estados. New York es New York y está por encima de los Estados Unidos. Lo mismo ocurre con Sao Paolo. Lo que se está construyendo es un homo economicus absolutamente individualista. Por lo tanto, buscador de sus aspiraciones de libertad y de una libre expresión libertaria.

¿Ve señales de que esto que usted está planteando esté siendo reflexionado por los grupos que pensaron de otra forma la organización social y la relación con el poder; que miraron las libertades individuales como una formalidad burguesa?

Yo sí creo que hay una conciencia de que no se pensó la libertad de expresión y no se pensó la democracia jamás. Se está empezando a pensar y curiosamente en movimientos muy estáticos en el pasado. La gran pregunta es: después del señor presidente Correa, ¿qué? O él tiene su propio sucesor o deja la cosa al libre albedrio, lo cual sería una desgracia para su propio proyecto. O es ahí donde van a emerger ciertos acuerdos que permitan jugar otro juego que, necesariamente, será mucho más libre. La izquierda o los grupos que lamentan el ataque a Pachamama no está mirando el conjunto. Apareció el decreto 16 y nadie dijo esta boca es mía. Se está pagando ese silencio. La idea que a mí no me ha de llegar porque tengo amigos en el Gobierno. Bueno, llegaron.

Aún algunos en el Gobierno, viven con ficción de que el destino de este proceso está en disputa. Mientras tanto, dentro y afuera, dejaron avanzar un proceso concentrador sin solidarizarse con sus víctimas. ¿Por qué?

No es nueva esta ilusión de la izquierda de que ha llegado al poder con el señor y que de ahí se va a construir la burguesía nacional y todo esto. Pero ya no sirve el andamiaje que teníamos para pensar esto en temas políticos, muchos traídos del estalinismo y de la Unión Soviética. Como dijo un dirigente de uno de los partidos comunistas: se ha muerto Stalin y, ahora, ¿qué hacemos compañeritos? Llegó el momento de ¿qué hacemos compañeritos? Y no se puede pensar con las realidades de hace 5 años. Ahora son individuos, son otras formas de expresión y de canalización. Tampoco se puede pensar con restricciones. Es decir, la libertad solo es buena para nosotros. Los otros, ¿para qué se la feriaron?

Creo que estamos en la necesidad de estos principios fundamentales-universales. Hemos tenido mucha moral, pero no hemos tenido ética. Nos hemos dolido del atropello a los trabajadores, de la falta de tratamiento adecuado a los distintos sectores de preferencia sexual, nos ha molestado la tortura, pero no hemos tenido ética. Esto viene de un valor intrínseco llamado libertad. Aquí hubo una especie de algarabía en el caso de El Universo y me expresé en su momento diciendo que era la peor cosa que podía hacer el Gobierno. Pero algunos debieron pensar que se estaba atacando a la vieja oligarquía…

¿Cómo, a la luz de lo que ha dicho en esta charla, cataloga usted, el gobierno de Correa?

Le tocó vivir un momento muy especial: el precio del petróleo a nivel internacional. No podemos abstraer esa variable para entender todo el resto. Creo que con habilidad, y con cierta honestidad con sus principios, desarrolló esta lógica de redistribución; algunas de ellas poco sostenibles a futuro debido, justamente, a su causa que es el crecimiento del precio del petróleo. Pero logró crear esa ilusión en la gente de que se estaba siendo incorporado. Después tendrá la desilusión de que está siendo desincorporada, pero a lo mejor él ya no será Presidente.

¿Y en términos políticos, Correa no es la concreción del imaginario de revancha de una izquierda que militó por concentrar el poder creyendo que el Estado lo era todo?

No creo que podemos abstraer que hay una concentración del poder. Eso dice mucho de cómo se está pensando el poder. Toda concentración de poder, por mejor voluntad que se tenga, lleva a formas autoritarias.

El señor Presidente no es un exquisito pensador de la democracia. Ha sido un buen pensador de problemas económicos, de la dependencia, de asuntos de la deuda, etc.

No tiene, sin embargo, un bagaje de pensamiento sobre que es un sistema democrático, no necesariamente representativo. Pero, ¿cuál es el otro? Nos hemos inventado la democracia directa, la democracia comunitaria, la democracia participativa y han terminado en este poder de control social y participación popular, de un Ministerio y de una Secretaría de Gobierno de control político de la propia Presidencia de la República.

Creo que urge hacer un análisis de la reforma del Estado en los 10 últimos años. ¿A dónde fue a parar todo esto? Las derechas son huérfanas de pensamiento. No tienen idea de qué quieren. Le vamos a quitar poder a este señor porque es autoritario, porque no nos gusta. Pero no tenemos otra idea de la libertad. Es una derecha que tampoco tiene una visión de democracia ni de libertades. Por eso te decía, al principio: estamos en una situación muy caótica en donde no hay ninguna perspectiva suficiente para ser debatida, para ser reconocida. Lo que hay es un entremezclado complicado, abigarrado de intereses de todo tipo. Al final, uno está esperando que a mí no me toque. Y puede ser que le tocó.
 

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