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jueves, mayo 2, 2024

LA VOZ Y EL SILENCIO INDÍGENA. por Jorge G. León Trujillo

 

Hay actos en la vida de las personas y las colectividades que nos marcan y revelan nuestros adentros que no siempre nos enaltecen. La trama para decidir sobre el Yasuní ha revelado una y otra vez hechos que no habríamos querido vivir como sociedad pues terminan por ser parte de lo rutinario cuando deberían serlo de algún pasado, no olvidado pero sí alejado. 

“De ganitas” AP acumula entuertos con el tema Yasuní, más tarde quedarán marcados como tristes páginas de nuestra pequeña historia cuando bien se podía evitarlas. No sólo porque el apresuramiento no se justifica, sin considerar los aspectos de fondo, sino porque en la decisión se ha recurrido también a métodos nada democráticos –innecesariamente- y que develan los hábitos actuales de ganar a toda costa; además de la ya establecida costumbre de la puesta en escena de todo para convencer que todos concuerdan con el gobierno y que los contrincantes nada valen ni menos sus argumentos.

El valiente discurso de la señora Alicia Cawiya al haber puesto de lado el libreto que debía leer, para lo que fue llevada a una Asamblea Nacional que en principio deliberaba sobre el tema, y con dignidad y precisión deshizo posiciones oficiales y dio su visión de la situación.  Mostró también lo clásico en los Wuahoranis, de hacer demandas para negociar, al límite todo pueden negociar. 

En contraste, los amigos de AP, salvo excepción,  en todo lugar no  salían del libreto establecido para decir con voz propia lo mismo o al menos algo de su propio pensar. ¿Por qué revelar la carencia de cuadros políticos, así, con el martilleo cansino de verdades a medias o afirmaciones repetidas de un libreto de propaganda sin poder responder al contrincante?  ¿Cómo decir sin fruncir las cejas que se respetaba la zona intangible?

Además, el lunes siguiente a la intervención de Cawiya, un equipo de funcionarios gubernamentales va a la Organización Wuahorani y logra una declaración que contradice la idea de la decisión autónoma indígena y revela los hilos del poder gubernamental. ¿Cómo no avergonzarse de la lectura hecha por el dirigente Wuahorani pidiendo disculpas al Presidente por la intervención de la señora Cawiya? Otra vez el perdón, propia de los obscuros pasados de la hacienda o de la Colonia. Todo menos un acto ciudadano de ratificación del derecho a opinar con dignidad, a disentir por encima de quien sea, de decir su verdad cuanto más cierta que le concierne directamente y la construye desde la experiencia, y de hacerlo con la voluntad de representar un pueblo. Al devaluar su palabra, los dirigentes Wuahorani se han derrotado a sí mismos, han ratificado sumisión en lugar de haber manifestado derecho al pluralismo y a la dignidad de ser.  Podían no concordar con la dirigente Cawiya,  pero no condenarla y negar su derecho como dirigente. Es la organización la que ha perdido, los Wuahorani han mostrado perdida de sentido de autonomía y definido su silencio. Con los Wuahorani se han devaluado varias de las reivindicaciones indígenas a tener una decisión y consulta propias, será fácil ahora concluir que sus decisiones tienen un simple precio. ¿Cómo no ver de suplemento un acto de discriminación a la mujer? ¿Se habría tratado así a un dirigente hombre?

Sí, hay hechos que muestran más allá de la puesta en escena hecha para convencer, pues a veces en el teatro las cortinas caen y se vuelve pantomima.

 

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