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jueves, mayo 2, 2024

Chile y el fin de los partidos

Por Atawallpa Oviedo Freire*

El triunfo de los denominados “independientes” en Chile nos pone ante la pregunta si este es el comienzo del fin de los partidos políticos, no solo de los partidos políticos tradicionales sino de los partidos políticos como tal y de todo el sistema de partidos que dirigen Chile y el mundo occidental. 

La desaparición del sistema de partidos es lo más revolucionario actualmente, habiendo casos en los que en ciertos territorios de Abya Yala (América) han sido ya desconocidos, en particular en algunos lugares de México. Resaltándose el caso de los zapatistas, algunas comunidades de Oaxaca, y el del municipio de Cherán en Michoacán, los que ya vienen funcionando por otras formas de organización y sistemas de gobierno, y en el que la experiencia ancestral o milenaria ha sido un aporte valiosísimo.

Los partidos se han convertido en guetos, sectas y mafias políticas, que albergan a personas que sirven a los poderes de ciertas élites, las que encontraron en los partidos políticos el medio idóneo para tomarse el gobierno y desde ahí asaltar las arcas del Estado o para conducirle al Estado hacia sus fines sectoriales. Partidos que funcionan sobre la base de caudillos y políticos carismáticos, los que son promocionados por los grupos poderosos y que tienen como misión cumplir sus proyectos nacionales y transnacionales. 

El descrédito de los partidos políticos es en todo el mundo, al menos el Occidental. Muy pocos son los que todavía creen en los partidos, en particular, y en la democracia, en general. Por ejemplo, en Latinoamérica, según el Proyecto de Opinión Pública de América Latina (Lapop, por sus siglas en inglés), “en los últimos 10 años la confianza de las personas hacia los partidos políticos ha caído de 35,3% en 2010 a un 28,2% de acuerdo a los datos recabados entre 2018 y 2019”. Todo esto conlleva a superar este sistema fracasado, en el que la democracia se ha convertido en una trampa que legitima y legaliza sutilmente las formas de dominación y explotación. Los grupos de derecha invierten grandes cantidades de dinero en los partidos políticos, pues no hay un interés político en sí mismo, sino que los partidos son una inversión más entre las tantas que hacen. Ellos saben que sus privilegios dependen de quienes estén en el poder, los que permiten que se hagan efectivas sus inversiones privadas y la posibilidad de obtener contratos públicos con el Estado, que son los más jugosos.

Es también un cuestionamiento a la izquierda y a su dogma de que el partido representa lo más avanzado de la clase revolucionaria, cuando en la historia mundial los partidos se han convertido en camarillas de ciertos personajes que conforman el buró político. Y, especialmente, del líder principal, rey o Papa, con funciones de por vida. A veces producen cambios de personajes en la cúspide, pero el poder queda siempre en manos de un solo individuo, usualmente hombre. 

El partido tiene una estructura vertical que centraliza el poder en la cúspide (centralismo democrático). Lo que contradice con la idea de un poder popular, pues el que está en la punta no representa ningún poder del pueblo, sino tan solo al poder de su ego personal. Quien ha llegado al extremo de decir, que ya no es él mismo sino que encarna a todo el pueblo, como una especie de semidiós. Lo cual se contradice con la aspiración popular de una participación directa, en calidad de creadores y ejecutores de sus mandatos, a través de un sistema de gobierno donde el poder siempre esté abajo y los de arriba solo cumplan lo que han determinado las bases. Es decir, un sistema político en el que no haya la necesidad de intermediación de los partidos políticos, sino que funcione por asambleas populares, las que constituyan consejos de gobierno local y cuyos mejores miembros son cooptados hacia los consejos provinciales, regionales y nacionales. Esto quiere decir, que quién llega a ser parte de un consejo nacional de gobierno ha pasado por varias experiencias locales o parciales antes de que merezca ser ascendido a la instancia superior y llegue hasta la máxima. Pero, pudiendo caer en cualquier momento de un nivel si no cumple con el mandato de las bases, las que controlan y supervisan por medio de las asambleas y de los consejos de vigilancia.

Por qué no pensar en un sistema espiral ascendente en el que los miembros van subiendo en responsabilidades por un determinado tiempo y los consejos se renuevan cada período para que los dirigentes no se envicien o se hagan dueños de los puestos, deben entender que son meros ejecutores de los mandatos asamblearios populares que funcionan permanentemente, ya que son consultados asiduamente sobre las decisiones más importantes. Por otro lado, la categoría derecha-izquierda ya no funciona, muy pocos actualmente creen o se rigen por esta dialéctica del siglo XIX, pues la población sabe que estos membretes solo son pantallas que no necesariamente representan a ideologías, por ello la mayoría de personas votan por figuras antes que por partidos o por tendencias. Y de otra parte, porque los que se autocalifican de izquierda hoy resultan conservadores frente a quienes tienen propuestas que rebasan a lo que ofrece la izquierda tradicional. Es decir, para lo neo-revolucionario lo que plantea la izquierda ortodoxa son concepciones y prácticas obsoletas, que lo único que hacen es mantener el mismo sistema y al cual tan solo le dan revestimientos de izquierda, pero todo queda igual.

La izquierda convencional ya no es revolucionaria sino conservadora del establishment que mantiene en esencia lo mismo. La propuesta de eliminación o de secundarización de los partidos políticos, para la izquierda conservadora es una actitud revisionista o un fundamentalismo new age. Y mucho más en referencia a los grupos y pueblos que cuestionan a la democracia, y plantean sistemas alternativos como la sociocracia o la comuncracia o la biocracia. Y peor cuando se hablan de horizontes diferentes (Buen Vivir) al del socialismo-comunismo, los que fueran impuestos por el pensamiento hegemónico como los únicos posibles para un postcapitalismo. En definitiva, hoy lo revolucionario está fuera o más allá de la izquierda, especialmente de la izquierda del siglo XX. Esto y mucho más es lo que deberían debatir y asumir los nuevos constituyentes chilenos, caso contrario sucederá lo mismo que pasó con las nuevas constituciones de Ecuador, Bolivia, Venezuela, a la final los cambios que se introdujeron son simples gatopardos, pues dejaron a la final con la misma estructura, el mismo Estado, las mismas instituciones. Añadieron términos como plurinacionalidad e interculturalidad, pero en la práctica los gobiernos de la izquierda del siglo XXI no fueron capaces de crear nuevas sociedades, ni siquiera pudieron poner nuevos cimientos al no haberse planteado aquello. Todo quedó en lindas promesas y deseos, que a la final más bien han consolidado y fortificado el mismo estado colonial y neocolonial. Esto se debe a que la izquierda sigue siendo populista, asistencialista, paternalista, estatista, pues sus propuestas reales no buscan otro sistema y otro mundo, sino solo revestimientos a las mismas estructuras. Solo les interesa tomarse lo creado, es decir, dirigir las mismas instituciones establecidas para supuestamente manejarlas en favor del pueblo, lo que ha resultado tan solo una domesticación y folclorización, especialmente con el cosmético indigenista que introdujeron.

Lo intercultural y lo plurinacional se han ido convirtiendo en otra trampa más, pues si se mantienen las mismas estructuras solo se hace un asimilacionismo de lo indígena dentro de las mismas instituciones creadas, y no de unas diferentes que surgen desde otras onto-epistemologías. Siendo éste el asunto de fondo para otra constitución, y no un pulido a la existente como hicieron los socialistas del siglo XXI, perdiendo la gran oportunidad para generar un cambio real. Constituciones que resultaron un fiasco y otra ilusión caída en desgracia, sin que hayan logrado nada radical y más bien han terminado acomodando el capitalismo y la modernidad, con todas sus bases y pilares. Si Chile no quiere repetir lo mismo debe hacer una constitución que genere otro Estado, con otras características de funcionamiento, y a partir de otras fuentes filosóficas. Para ello, hay la experiencia acumulada de buena parte de la humanidad, con los múltiples sistemas que se han vivido, para no ir a nuevas aventuras o modas que es lo que le gusta especialmente a la izquierda, y como lo demuestran las nuevas constituciones en los países mencionados.

La izquierda convencional ya no es revolucionaria sino conservadora del establishment que mantiene en esencia lo mismo.


*Atawallpa Oviedo Freire, puruwa de Ecuador. Filósofo Andino.

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1 COMENTARIO

  1. Un tanto ingenua su posicion, como “independientes” pueden estar camuflados miembros de los partidos castro-chavistas que intentarian establecer un estado totalitario. “Amanecera y veremos”.

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