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jueves, mayo 2, 2024

DELIRIO DE LIBERTARIO, ALMA DE FASCISTA. Por Christian Arteaga

El levantamiento indígena y del pueblo ecuatoriano tendrá siempre una explicación diversa y compleja, pues hay mucha tela para cortar.

Desde su repotenciación como actor social y político hasta el triunfo de haberse bajado un decreto, que no es solo un decreto, sino una herida brutal al Fondo Monetario Internacional (FMI); o cómo en estas jornadas desbordaron a los incipientes o sobrevivientes sectores urbanos, y motivaron un momento de reagrupación y encuentro entre las organizaciones locales. No obstante, creo que cuando se pierde el horizonte académico como campo y se arriba a ese concepto último explicado por Pierre Bourdieu, como es la doxa -es decir, el sentido común elevado a virtud, que posee el poder de interiorizar el mundo social, haciendo creer que su opinión es original e inobjetable- hay no solo tensión, sino cierta pereza para explicar algunas cuestiones.

Leemos artículos aparecidos en portales, firmados por voceros y académicos. Esto permite concebir que la producción y circulación de ideas ayudarán a problematizar estos acontecimientos a la luz de ciertos enfoques. Pero, ciertos textos muestran la miopía de los hechos, por el triunfo de prejuicios, para nada ingenuos o fútiles. Por el contrario, son una voz que expone las agendas de lo que muchos piensan en torno a la propia idea de una nación homogénea y blanqueada, civilizada, moderna y racializada. Este artículo será una respuesta reflexiva sobre otro escrito aparecido en el portal electrónico Plan V, el día 14 de octubre, por autoría de Fernando López Milán, docente de la Facultad de Comunicación de la Universidad Central del Ecuador (UCE)

Citaremos, entonces varios extractos de su panfleto, que servirá de corpus de discución para pensando lo que soslaya y posiciona. Por ello, el articulista inicia:

“Quedó claro, para todos los ecuatorianos, que los que secuestran, los que agreden a los periodistas, los que aterrorizan a los ciudadanos, los que destruyen la propiedad pública y privada, los que devastan las ciudades, los que se toman las instituciones públicas, los que insultan a una persona con discapacidad llamándole “patojo de mierda”, los que incendian los medios de comunicación, los que se pintan la cara como si fueran a la guerra, los que vejan a la fuerza pública, los que saquean: los violentos, en suma, son los que mandan en el país”. (López Milán en Plan V)

Queda clarísimo, sin lugar a dudas, su limitada explicación de la noción de violencia, pues, si minimante revisamos la historia de la modernidad, habremos de darnos cuenta que este concepto posee una genealogía y un desarrollo centrados en los campos políticos, históricos, estéticos y militares. Es decir, esa claridad a la que se refiere el docente,  es porque él la ontologiza, para proponer que es natural, pues los violentos (deshistorizando las relaciones de inequidad y exclusión) son los que tiene el poder del país.

Tal vez, en su mecánica metal, no se percata que la violencia se cimenta en el derecho positivo, tesis de Walter Benjamin, que se explica desde las desigualdades parentales y binarias, tesis sostenida desde la antropologia del cuerpo por Francoise Hèritier, que existen enemigos personales y enemigos públicos, sobre estos últimos recae la fuerza del Estado, idea sustancial de Carl Schmitt; una violencia que apela desde la muerte para pensar la vida, enfoque de la necropolítica de Achille Mbembe, o desde el dominado que explota y nace como sujeto libre, elementos discutido por Franz Fannon. Y se podría seguir enumerando una serie de intersecciones que explicarían los regímenes de violencia en este Levantamiento, a los cuales, este docente reduce a una serie de voluntades.

Y continua: “Ante lo sucedido, es evidente que Ecuador descendió hasta tocar fondo en el pozo de la desinstitucionalización y la destrucción del Estado de derecho”

 O sus sentidos no le permitieron ver la dinámica del Estado en sus diversos debates (Heller, Poulantzas, Mann, Lefort, Schnapper y Lechner) o de ningún modo conprendió  que el Estado de Derecho es paradojal, pues castiga y a la vez soluciona ese castigo desde su mismo seno. En tanto, su propiedad espiritual estatal es un golem que arrasa todo principio de libertad, por eso es que a Nietzsche le hace expresar que: “Allí, donde termina el hombre, nace el Estado”.

“No creo que podamos decir, después de lo ocurrido con la rendición del Gobierno a las amenazas y al matonismo de los dirigentes indígenas, que vivimos en una democracia, pues estos, antes de negociar, escalaron de manera irresponsable la violencia, hasta bordear los límites de la anarquía y la disolución de la autoridad pública. No creo que podamos decir que vivimos bajo el imperio de la ley y que todos los ciudadanos de Ecuador somos iguales ante ella. Vivimos, ahora, en un régimen de desiguales”. Aquí es lo crítico, cuando asocia el matonismo, según él, de los indígenas, subyacentemete los exhibe como una raza bárbara, la muerte para los indios es lo cardinal que mueve su accionar. Aflora de manera estridente su racismo y mentalidad del siglo XIX; es decir, no tiene empacho en gritar públicamente lo que odia profundamente en privado. Refiere a la anarquía como sinónimo de caos y desorden, como si esa reduccion por sí misma fuera suficiente y separa de manera conciente, barnizada de ingenuidad, este ismo como una forma alternativa de autogobierno. Así, su fuero legalista conservador le hace repetir acriticamente el imperio de la ley, como si eso fuera una manera de pulverizar la movilización popular.

“Cuentan solo las demandas, las exigencias de un grupo, con capacidad de movilizar, incluso por la fuerza, a sus miembros. Los intereses y las demandas de los otros ciudadanos importan poco”.  Creo que acá, es pristino su colonialismo ciego, mismo que le impide ya no solo concebir, sino pensar que los indios son actores históricos autónomos, por tanto, toda esa bibliogafia aparecida a lo largo el siglo XX, inciada por Mariategui, Flores Galindo, Murra, Migel León Portilla y más contemporáneamente en nuestro país, con los aportes de Juan Maiguashca, Olaf Karlmayer, Andrés Guerrero, Erwin Frank, Alejandro Moreano, Roque Espinosa, Hernán Ibarra, Segundo Moreno Yánez y recientemnte los más jovenes como Philip Altmann, Armando Muyolema, Esteban Daza y Stalin Herrera, mismos que muestran dinámicas varias del movimiento indígena desde su vision, organización, luchas, economías e imaginarios, es destuida por el docente López Milan, porque él solo cree que es así. Diremos, cosecuencias de la posverdad.

El texto continúa destilando aquel odio visceral de una clase media desclasada, que percibe que la universidad pública no es su lugar de enunciación, pero le toca estar por sobrevivencia. Seguimos mostrando el horizonte del yo creo, del yo pienso, en suma: la doxa a secas. “Toda muerte es lamentable. Pero es antiético, y hasta macabro, usar la muerte de una persona, de varias personas, para conseguir determinados objetivos políticos. Llamar masacre a lo que no lo es, y, apoyados en la mentira, azuzar el odio, desembocó en el intento de asesinato del periodista Freddy Paredes y en agresiones a la población y a otros periodistas. Los ciudadanos están facultados por la ley a aprehender a una persona que ha cometido un delito flagrante. Los indígenas, efectivamente, detuvieron al agresor de Paredes. Le dijeron, palabras más, palabras menos, “estate tranquilo. Te estamos protegiendo”, y lo dejaron escapar. Los ecuatorianos sabemos, ahora, que está permitido y es rentable organizarse para ejercer la violencia y para disputar su ejercicio legítimo a la fuerza pública”.

Negarse a llamar masacre a la represión de mujeres con niños y ancianos, bombardeados por fuerzas policiales que tienen toda la argamasa estatal para reprimir y ejecutar es inaudito. La historia de las policías y los órganos armados del Estado es vasta en nuestra región, creo que el docente se olvida de todas las expeciencias que van desde mesoamérica hasta el Cono Sur, como si aquello no hubiera sido masacre. Disparar al cuerpo con un truflay que que tiene un impacto un poco menor que una munición ¿ no es masacre? Debe saber este docente, que la policía posee entrenamiento de tiro. Torturar, desparecer, acaso no es masacre?. En la lógica de docente, no. Posteriormente, brota en su artículo lo melifluo y cual si fuera un talking head, repite lo que miro en ¿Teleamazonas?. Intento de asesinato a Fredy Predes, por un infiltrado que arroja  una piedra a la cabeza de Paredes y aquello es intento asesinato? Habla de rentabilidad de la matanza, como si los que se enriquecieran fueran los muertos y nos los traficantes y productores de armas.

“Esta, en los trece días de protesta y vandalismo que vivió el país, se mostró incapaz de garantizar la seguridad de los ciudadanos y de controlar la violencia y a los violentos. Ni la Policía ni las Fuerzas Armadas fueron lo suficientemente profesionales para actuar como la situación de caos que imperaba en el país lo exigía. Aceptaron, además, lo que en ningún régimen democrático se acepta: la vejación y el secuestro de su personal. Lo que equivale a decir, la vejación y el secuestro de la autoridad pública. ¿Si los secuestrados no hubieran sido los comuneros indígenas, habrían actuado del mismo modo?”.

 En su planteo, el académico adjetiviza las protestas como vandálicas, habría que nuevamente volver a la historia ahora si como magistra vitae, a ver si cualquier tipo de eclosión social ha sido ordenada, pulcra, palatina y sobría. Pensará tal vez en la revolución de los claveles en Portugal. Pero además sigue apelando a convertirse en muñeco de ventriloquia de los medios privados: el secuestro. Si somos  de atención mediana, no digo aguzados investigadores de la informacióny de las redes sociales, como Twitter, miramos tuits de periodistas liberales como Andrés López, negando aquella versión y periodistas de El Comercio, haciendo lo mismo o la propia prensa internacional. Nuevamente, enfatiza en el ambito barbárico y casi antropófago de los indígenas. Pero ya a nivel societal, parece obviar que el debate actual de las democracias liberales, es el conflicto, parece haberse olvidado de las discusiones instauradas por Pierre Rosanvallon, Claude Lefort, Luis Villacaña, el propio Laclau y Oliver Marchart, para caer sin ningun tipo de aspaviento en los lugares comunes expresados por asambleístas de culquier partido de derecha.

“El secuestro es un delito. Y, sin embargo, tanto el secuestro a los miembros de las fuerzas del orden en diversos lugares del país como a los periodistas en las instalaciones de la Casa de la Cultura en Quito quedarán impunes. Quedarán impunes, por tanto, los dirigentes que indujeron y guiaron el secuestro.  Los que sometieron a los policías y comunicadores a un espectáculo denigrante que recuerda las autoacusaciones del estalinismo y el castrismo. Quedarán impunes los secuestradores y destruida la confianza social en la justicia”.

 El desconocimiento del demiurgo legal, le hace juzgar un hecho en el que ni el propio sistema judicial lo ha realizado. Es decir, por arte de magia o prestidigtacion el movimiento indígena ha inventando el secuestro, sería de preguntar qué figura legal es aplicable para los 30 mil argentinos que fueron llevados a la fuerza, torturados, ejecutados y desaprecidos.

Continua: “El crimen como espectáculo. Y de ahí a la política como espectáculo. La farsa, el teatro, la tragicomedia del “diálogo por la paz” no fue más que un modo de exhibir y posicionar públicamente a los dirigentes de la Conaie y de mostrar a la ciudadanía ecuatoriana que el movimiento indígena es, otra vez, el único actor político del país, el único interlocutor del gobierno, y que las decisiones trascendentales que, en adelante, este quiera tomar deberán, previamente, ser aprobadas por él”.

 De la manera más intelectualmente grosera reduce el espectáculo a la mera exhibición, falta de estudio, cuando se conoce que en un espectáculo, cualquiera que este sea, juegan en él en dinámicas rituales y los mismos marcan los ciclos y fases del proceso político, y que no es ni mecánica ni abrupta, como lo sugiere el texto. Además, obvio que todo tipo de espectáculo es un acontecmiento programado, pero el artículo olvida lo angular, como si los que el denomina ciudadanos fueran sujetos pasivos, que no se dan cuenta, y más bien en esta coyuntura el desenlace, dependió de los propios ciudadanos, que urgente le hace falta leer a Víctor Turner, Max Glukman o Marc Abélès, para que dimensione algo con tanta parsimonia concibe como Espectáculo.

“Con lo sucedido, la idea de representatividad, de democracia representativa se derrumba. Ya no son las personas que fueron legalmente elegidas para tomar decisiones en nombre de la población, de todos los ciudadanos, las que al final las toman. Hay, ahora, un nuevo actor: la Conaie cuyos dirigentes (o, más bien, Pablo Dávalos) -que no son representantes del pueblo ecuatoriano, porque el pueblo no los ha elegido- se han arrogado la potestad de decidir en su nombre”.

 Aquí su cinismo se convierte en su propio cadalso, al afirmar el derrumbe de la democracia respresentativa, no es conciente que existe y se exige otro tipo de democracia, una democracia sustantiva, una democracia de la gente, una verdadera democracia es la democracia del tumulto; esa idea vaga y simple de representatividad que pregona es digna de la repetición mediática irreflexiva, pues parece no ser conciente de que el concepto de representacion es tan complejo, pues vendría a ser un eco lejano entre la ausencia o la presencia de un acto, o toma forma en referencia al objeto otro.

De ese modo, se baja de un tiron todo el esfuerzo producido por Henri Lefebvre o de la izquerda liberal con Hanna Pitkin. Pero lo intrigante, en este punto, es su nominalización y lo expone sin ambages, casi de manera orgullosa, aquel dicurso que nos recuerda a Pio Jaramillo Alvarado en El indio ecuatoriano de Rodrigo Borja en el levantamiento de los años novena del siglo pasado, cuando este último afirmaba que los indios son apátridas, no solo no tenían alma, sino que carecían de sentido de nación y de patria.

Finalmente, cierra con algo que no causa sino asombro: “Sabemos, ahora, a qué atenernos. Ni democracia ni Estado de derecho. Sabemos, ahora, que, en una próxima oportunidad, cuando los indígenas quieran tomarse la Asamblea o el Palacio de Gobierno o secuestrar a algún periodista, las Fuerzas Armadas y la Policía deberán hacerles una calle de honor. No sea que por liberar a algún secuestrado por su propia voluntad se quebrante la paz”.

Una serie de nominalizaciones, un escenario de atavismo y terror, así mira el docente al mundo indígena, a los sujetos indígenas. Reedita ese debate de civilizacion y barbarie, construyendo ese mundo bifronte de amigos/enemigos, fuerza pública amiga versus civiles otros, enemigos. Este texto, al cual he hecho referencia supone debe entrar en el debate de ideas, no de límites morales, con las cuales el docente entiende el mundo. Por tanto, de un racismo abierto y a veces solapado, pues en su corpus se entiende que el movimiento indígena detenta cierta igualdad en lo político, pero siempre en inferioridad social.

Una mecánica de pensamiento y premisas que más se asemejan a una encuesta. Eso no le hace bien al país, pero además socava a la academia. En este punto, no es tan legítimo aquella alocución de que la academia debe ser plural y respetuosa del disenso, eso es obvio, incluso su leit motiv. Chantal Mouffe, decía que no habría que hablar de enemigos, sino de adversarios en un horizonte agonista que permita el salto a un regimen democrático radical. Pero a este docente se olvida con creces aquello, para él hay enemigos, además uno solo: los indígenas.

Para cerrar, cualquier aseveración de esta naturaleza debe tener su argumento -sea plausible o no- y por ende, como nos ha enseñado la Filofía del Lenguaje -especialmente Searle y Austin- pues, no solo se está emitiendo palabras, sino actos, se está haciendo lo que se dice. Por ello, el que enuncia dicho artículo, está generando actos y llamados al odio y al estigma, aupándose en un contexto, justifica sus juicios que son de los más supinos, pero están publicados. En ese sentido, Albert Camus, decía de manera vehemente que la estupidez es insistente. Creo que no se equivoca. Más supongo que negarse a discutir y convertirse en cabeza parlante, resulta mas dañino. Pero también subyace una premisa que debería ser llevada a cabo por todos y todas, y es cómo Ludwing Wittgestein cierra el Tratactatus logicus filosoficus con: “7. De lo que no se sabe es mejor callar.”

*Docente de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador

 

 

 

 

 

 

 

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