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EL OLVIDO Y LA MEMORIA. Por Napoleón Saltos Galarza

“Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir.” José Saramago, Cuadernos de Lanzarote.

10 de Febrero 2016

El poder se ejerce como memoria y olvido. El viejo poder disciplinario funcionaba a partir de la mirada panóptica: verlo todo, pero no dejarse ver; la opacidad del poder: borrar la memoria. En esos tiempos, evidenciar el poder, mostrar que el rey estaba desnudo, tenía la fuerza para desmoronar las bases del poder. Ante la obscuridad, el secreto, el ocultamiento del poder, la fuerza de la luz, la fuerza del iluminismo y de la denuncia. En la lucha contra la corrupción, la denuncia del mal era suficientemente fuerte para iniciar el castigo, aunque luego el cerco del aparato restablecía la impunidad.

En los nuevos tiempos del biopoder del control de masas, el poder ha mutado; una y otra vez encuentra las formas de burlar los anticuerpos de la sociedad. El primer paso desde arriba es la puerta al cinismo: la paradoja del obrar a pesar de saber, obrar para evitar las consecuencias, obrar ya no para ocultar, sino para cambiar la mirada, suplantar la memoria. El poder controla desde el temor y la regulación de las normas. Ya no se trata de no dejarse ver, la opacidad del poder, sino de mostrarse obscenamente en su esplendor, en la naturalización de la fuerza. La nueva estrategia ya no está en la mirada panóptica, ver sin dejarse ver, sino en reforzar el poder de la vigilancia universal mientras no se deja sentir como poder, el poder introyectado y disuelto en el nuevo sentido común, la imposibilidad de la alternativa, la disolución de derechos básicos como algo necesario. El formateo de la memoria colectiva.

Hay diversas formas de este juego. Desde el dominio del poder, las elecciones son el mecanismo político para que el pueblo se olvide de la política; y centre la atención en la escena. El olvido del camino recorrido y de la perspectiva estratégica, para moverse en la emoción súbita del videoclip de la política, en la memoria corta del mensaje semanal. Ya no se trata de la estrategia del mal menor de los tiempos del fascismo, sino de la estrategia del bien menor de los neopopulismos autoritarios.

Viralización de la política

Los hechos se vuelven virales, no queda tiempo para la reflexión, el reflejo condicionado de la recompensa inmediata o del castigo inminente. El recurso final es la propaganda y el marketing que funcionan mediante la simplificación y la repetición, hasta naturalizar lo inicialmente rechazado, la inversión del sentido común, para convertirlo en el discurso del poder. Cuando los de abajo repiten con naturalidad los argumentos de los de arriba, el biopoder ha logrado su objetivo.

En los últimos días los hechos inmediatos han copado la atención. La “pequeña política” disuelve la “Gran política”. Los actores sociales se licuan e impera la razón de Estado.

El fracaso de la reunión del 27 de enero convocada por Pachakutik es un signo de la disolución de la memoria política. Toda la atención está centrada en las alianzas y en los candidatos. Y con ello se produce el olvido de la cuestión decisiva de la política: ¿cómo ganar la mente y el corazón de la gente? ¿Cómo generar una orientación cultural que despierte la esperanza de los de abajo, de los subalternos, de los cualquiera?

La hegemonía compone las alianzas arriba. Se ha formado un nuevo consenso: ante la crisis la única salida es el ajuste, la deuda, la apertura a la inversión extranjera, la iniciativa privada, la regulación laboral, la privatización del ahorro público, los transgénicos, los nuevos TLCs, el retorno del FMI.

Para cubrir el nuevo acuerdo hegemónico, en un juego binario, se amplifican los pequeños desacuerdos: desde el gobierno se reduce el alcance de la crisis, apenas un mal pasajero debido a las alteraciones externas, que podrá ser controlado con costos “menores”, un ajuste gradual con compensaciones. Desde la oposición oligárquica se exacerba el alcance de la crisis, estamos ante la catástrofe, y la salida es el shock. El nuevo sentido común compartido. En la pantalla se suceden las entrevistas compartidas del economista-Presidente, del economista-Ministro y los economistas reciclados desde el antiguo neoliberalismo.

En la Asamblea se abre el campo para la nueva alianza público-privada; avanza el plazo de la entrada en vigencia del nuevo TLC con Europa, un acuerdo de “tercera generación” que abre las puertas no sólo al mercado libre de mercancías, sino al mercado libre de servicios, la puesta al día para pasar de la acumulación originaria a la acumulación por desposesión, del control de la renta tradicional al monopolio de la renta tecnológica y de conocimiento. Para avanzar a la vigencia anunciada para mediados de este año, el Presidente agenda un nuevo paquete de enmiendas, empezando por reformar el Artículo 401 de la Constitución que “declara al Ecuador libre de semillas y cultivos transgénicos”. Un nuevo capítulo de la naturalización del fin de la promesas garantistas de la Constitución y el paso a una nueva fase extractivista.

Para ello se requiere formatear la memoria colectiva, reducida a “sueños del ecologismo infantil”; se invoca la necesidad suprema de salvar el proyecto, aunque haya que sacrificar por un tiempo los principios; la ética pragmática de los medios para obtener el fin.

Y en medio, la recepción a Recep Tayyip Erdogan, el Presidente de Turquía. La necesidad de dinero fresco y los acuerdos comerciales dejan a un lado la política represiva del gobierno turco. Noam Chomsky encara a Erdogan como terrorista por los ataques a los kurdos y el apoyo al Estado Islámico y al Frente Al-Nusra; mientras tanto el Presidente Correa le declara amigo. En lugar de condenar el ataque de la guardia de seguridad de Erdogan a las mujeres, se lamenta que han puesto en riesgo las buenas relaciones con Turquía. El bien menor de ampliar el intercambio comercial, realinea la política internacional del régimen.

El conflicto con los militares emerge en un tema secundario. La discrepancia sobre el costo de los terrenos comprados por el Ministerio del Medio Ambiente se convirtió en la oportunidad para cambiar la cúpula militar. El Presidente argumentó que la Constitución le asigna el rol de Comandante de las Fuerzas Armadas y que no permitirá la desobediencia. La cúpula militar argumentó que defendía los fondos del ISSFA. El enfrentamiento del poder del Estado a la forma gremial de la cúpula militar.

Los ideólogos oficiales retomaron el argumento de la necesidad de reducir las Fuerza Armadas, pues han cambiado los tiempos y la defensa de la soberanía territorial ha perdido su centralidad. Se volvieron a oír voces sobre la subordinación de los militares a los civiles como condición de la democracia; y la necesidad de superar el fetichismo de los uniformes. Con ello, se evade el tema de la naturaleza del poder, con o sin uniforme.

No aparece el debate central. La cúpula militar evitó pronunciarse sobre la modificación del carácter de las Fuerzas Armadas en las enmiendas. La modernización del “aparato represivo” del Estado sigue un proceso: en los 70, en el tiempo de la Dictaduras militares, el eje estaba en la Fuerzas Armadas, bajo las diversas doctrinas de la Seguridad Nacional. En los 80, bajo la estrategia del combate al terrorismo y al narcotráfico, el eje se desplaza al fortalecimiento de la Policía y a la policiación de las Fuerzas Armadas. En el nuevo milenio, el eje se desplaza a los aparatos de inteligencia en torno a una estrategia de biopoder y control de la multitud. El problema no se circunscribe a reducir la “sumisión social al decorado del uniforme”; está en la sustitución de los decorados y los aparatos, con nuevas formas de control, de acuerdo a los “nuevos tiempos”. Un cambio de la flecha del tiempo político autoritarismo-democracia a la orientación democracia-autoritarismos.

Desde abajo y desde la izquierda

Dos temas centrales no han podido ser resueltos por los gobiernos “progresistas”: el cambio de patrón de acumulación, que sigue asentado en el rentismo-extractivista; y la transformación de la democracia, que sigue asentada en formas bonaparistas-populistas-autoritarias de funcionamiento del Estado.

Estamos ante el cierre del ciclo de Alianza País, no como un acto electoral, sino como un proceso que empieza por el debilitamiento de la hegemonía hacia abajo. La tarea es proyectar la memoria colectiva hacia el doble fracaso: de la “larga noche neoliberal” y de la “bruma de Alianza País”.

Entramos en la primera fase de una crisis que tenderá a profundizarse sobre todo después del período electoral; el régimen tiene todavía espacio de maniobra inmediata. La crisis económica se presenta como crisis fiscal y tiende a convertirse en crisis económica; el ciclo puede transformarse en crisis bancario-financiera y en crisis monetaria. Un camino diferente al de la crisis bancaria del 98. La salida empieza por enfrentar la crisis fiscal para que no contamine al conjunto de la economía.

El centro de la crisis no está sólo en la economía, sino en una crisis ética y la proyección a una crisis política; la normatización de la corrupción, la disolución de los principios, la licuefacción de las fronteras ideológicas. Una crisis que afecta al estado cultural de las masas. En el año diez se ha producido una derechización de la conciencia colectiva, el imaginario ya no es el cambio, sino el conservadurismo, el orden, la seguridad: desde el lado oficial la mantención del proceso; desde la oposición el retorno del mercado.

Las propuestas desde abajo y desde la izquierda son dos procesos diferentes; ni el uno ni el otro logran proyectar un imaginario con potencialidad programática. Desde abajo, la Plataforma del Colectivo Unitario aún es una lista de reivindicaciones superpuestas, enlazadas por el grito de la oposición al régimen. Desde la Izquierda, el pantano electoralista limita la capacidad de representación política de una alternativa popular. La resistencia popular aún es sectorial, aunque empiezan a surgir gérmenes de resistencia antisistémica, sobre todo en el enfrentamiento al extractivismo y al autoritarismo.

Ante el doble fracaso tanto del proyecto neoliberal, como del proyecto correista, se abre un espacio que posibilitaría la excepcionalidad democrática del Ecuador. Ante los anuncios del péndulo de Argentina y Venezuela, así como de la crisis económica-política-ética del Gobierno de Dilma Rouseff en Brasil, en nuestro país se abre la posibilidad de una Alianza Social Política, desde abajo y desde la izquierda, que enfrente el nuevo acuerdo de los de arriba y de la derecha.

El primer paso es enfrentar el consenso en torno a la política de ajustes, basada en el poder del capital, y reconstituir el imaginario de un cambio basado en el poder de la comunidad, en la fuerza de la soberanía y la integración latinoamericana. Más allá de las urgencias electoralistas, la tarea urgente es la reconstitución de un programa que trace líneas demarcatorias y de acción, recuperar la memoria del camino largo, colocar el tiempo electoral en la perspectiva estratégica, un programa de transición que acelere la destrucción del sistema decadente y fortalezca los gérmenes de salidas antisistémicas.

Podemos prever que hacia el 2019-2020 se puede presentar una coyuntura de crisis estructural que combine una crisis económica profunda, con una crisis política de representación y una crisis social, y se abra las condiciones para un nuevo tiempo constituyente. Podemos, entonces, trazar un plan estratégico para llegar con la fuerza adecuada en el momento y el espacio adecuados.

Foto: http://akialsurcomunica.blogspot.com/

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