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domingo, abril 28, 2024

ESPECIAL: Arte, vida y pandemia: realidades e imitaciones por zoom

Por Jorge Basilago*

Apoyado en su habitual capacidad de síntesis, Oscar Wilde sostiene en La decadencia de la mentira (1891) que “la vida imita al arte”, porque este “toma a la vida entre sus materiales toscos, la crea de nuevo y la vuelve a modelar en nuevas formas y con una absoluta indiferencia por los hechos”. Sin embargo, el autor irlandés se ve obligado a reconocer que su teoría fracasa cuando “la vida predomina y arroja al arte al desierto”. “Esta es la verdadera decadencia que sufrimos actualmente”, denuncia, por boca del personaje de Vivian. 

En el Ecuador morenista –al igual que en la mojigata y necia Inglaterra victoriana-, el arte propone y la realidad dispone. A decir verdad, una noción de realidad instaurada verticalmente, mal disimulada bajo múltiples capas de excusas y argumentos de compromiso; y, mediada por un Estado miope y sordo, que tartamudea al intentar comunicarla: “Nuestro desafío mayor, en este momento, es generar líneas de fomento que ayuden a resolver el problema que nadie más que el Estado puede resolver, que es la generación de recursos en una situación en la cual no es posible realizar la actividad profesional de este sector”, dijo el Ministro de Cultura y Patrimonio, Juan Fernando Velasco, entrevistado por Silrat Traslaviña de Majestad Radio, el pasado 23 de junio.

La alusión de Velasco al rol del Estado, como garante exclusivo del derecho humano al arte y la cultura, colisiona de manera frontal con la praxis del gobierno: “Todas las instituciones mayores de la cultura en el país –Ministerio de Cultura, Secretaría de Cultura de la Presidencia, Fundación Teatro Sucre, Secretaría de Cultura de Guayaquil, Casa de la Cultura Ecuatoriana- han sido irrelevantes, insignificantes para el hacer de los artistas independientes”, sentencia Matías Belmar, del Círculo de Artes Escénicas. 

Sin embargo, la capacidad (re)generadora de universos posibles que encarna el arte sigue viva, diversa y activa. Dispuesta a imaginar soles durante y después de la tormenta humana provocada por la covid-19. En especial desde la resistente fragilidad de las artes vivas como la danza, el teatro o el performance, que se abrazan y protegen de la invisibilización institucional y el menosprecio social con un escudo de sueños: “Este es el momento de mirarnos en el otro, pero no desde la caridad sino desde la ética; desde el saber que todos nos necesitamos, como granos de una misma mazorca”, reflexiona la coreógrafa y bailarina Susana Reyes, de la Casa de la Danza.

Reinventarse I: ¿qué se dice?

La Línea de Fuego
Escena de «La canción de Sicomoro», obra del grupo Contraelviento.

Así como el arte inventa realidades nuevas para poder copiarlas y mejorarlas a voluntad, la política prefiere el maquillaje. Los cantos de sirena conviertan lo nocivo en un hecho deseable: “Detesto cuando se habla de ‘reinvención’ al contar la historia de un artista que tiene que vender empanadas para salir adelante: es un eufemismo que pretende convencerte de algo que no existe; desde los medios y el gobierno, parece que el artista es mejor cuanto más precarizado está”, opina Matías Belmar, cuya organización figuró entre las convocantes a la Marcha Nacional de las Artes y las Culturas, en agosto de 2019, en la que se buscó llamar la atención sobre el historial de políticas culturales erróneas.

“El discurso de ‘reinventarse’ es doblemente agresivo, porque se asume que el Estado dice: ‘No solo no te suelto recursos, sino que decido que tu actividad es tan poco importante que la puedes transformar en cualquier otra cosa’”, coincide el actor, dramaturgo y director Patricio Vallejo, referente del grupo teatral Contraelviento. En su opinión, ni siquiera el supuesto neoliberalismo económico del presidente Lenín Moreno sirve para justificar esa falta de tacto y sensibilidad: “Incluso el país más neoliberal del mundo, Estados Unidos, subsidia al teatro comercial. El año pasado se estrenó en Broadway una versión de Harry Potter financiada por el Banco Central de ese país (la FED)”, revela.

A punto de cumplir tres décadas de actividad, en esta cuarentena el grupo Contraelviento se vio obligado a cerrar definitivamente las puertas de su sala en el sector de La Merced. El receso forzoso y la cancelación de varias de sus principales actividades rentadas –como estrenos, giras internacionales y una residencia de artistas extranjeros- a causa del confinamiento, les hizo imposible afrontar el pago del arriendo del espacio. No fue el primer caso y es probable que tampoco sea el último, pero la respuesta oficial amenaza ser la misma: un protocolo de bioseguridad para salas independientes que solo contempla espectáculos sin público; y, luego, silencio.

Para Vallejo, la posibilidad de imaginar salidas a esa situación, similar a la de muchos otros artistas, requiere de una presencia decidida del Estado: “Debemos ser optimistas y pensar que tarde o temprano la institucionalidad pública va a entender que sin recursos, sin participación directa y sin políticas coherentes este sector no va a resistir; no puede quedar todo en las espaldas de los creadores”, se esperanza Vallejo, cuyo colectivo además lleva adelante Contraelviento Ediciones, la única editorial del país especializada en pensamiento teatral. “No nos queda más que tener entereza, la tozudez que hemos tenido siempre y esperar a que el encuentro pueda retomarse”, completa.

“Debemos ser optimistas y pensar que tarde o temprano la institucionalidad pública va a entender que sin recursos, sin participación directa y sin políticas coherentes este sector no va a resistir; no puede quedar todo en las espaldas de los creadores”.

 — Patricio Vallejo, grupo Contraelviento

“Hoy las autoridades no dejan de hablar de ‘emprendedurismo’, o de que todos debemos competir en el mercado cultural, pero a los artistas independientes nos quitaron por ley todo el mercado de la educación: antes podíamos presentarnos en los colegios, se cobraba un dólar por alumno y generábamos actuaciones bien remuneradas”, sostiene Matías Belmar.

Por otra parte, los artistas cuestionan la falta de criterio con que el Ministerio de Cultura relaciona los roles de los diferentes actores del sector. En concreto, la categoría “Gasto de los hogares en cultura”, del Sistema Integral de Información Cultural (SIIC), contempla tanto la asistencia a espectáculos de teatro o danza como la contratación de los servicios de sobadores o astrólogos. Si a esto se suma el hecho de que el Ecuador no cuenta con ninguna herramienta estadística para caracterizar las preferencias del público y orientar la actividad en consecuencia, se derrumba sin atenuantes la idea de las “industrias culturales” que el poder político reitera hasta el cansancio en sus discursos.

Reinventarse II: ¿qué se hace?

La Línea de Fuego
Bailarín, coreógrafo y estudiante de derecho, Gustavo Vernaza. Fotografía: Archivo personal del artista.

En el terreno de los hechos, se puede concluir que la reinvención es necesariamente autogestiva, siempre y cuando existan condiciones mínimas que garanticen que se basa en la decisión y no en la desesperación. La labor del Estado, en consecuencia, pasa por fijar y sostener tales condiciones, aspecto en que el Ecuador es muy poco coherente: por caso, mientras se esgrimen ante los artistas nacionales argumentos sobre la “escasez de recursos”, la “transparencia en la contratación” o la reducción del gasto público, trascendieron también acuerdos exprés con figuras internacionales por abultadas cifras, que nadie se ocupó de transparentar debidamente. “Desde el gobierno hablan de ‘austeridad’, o de ‘primero lo nuestro’, pero se gastan cientos de miles de dólares en traer a Daddy Yankee”, critica Matías Belmar.

“La política cultural ecuatoriana es muy desigual, escasa, circunstancial. Depende del funcionario de turno o de la campaña que haga”, concuerda Claudia Monsalve, desde el Titiriteatro. Más allá del pago de una deuda que el sector público mantenía con ella, y del alivio que significa ser propietaria de su sala, Monsalve relata que para subsistir ha recurrido al alquiler de distintos ámbitos de la propiedad en la que vive y trabaja, así como al trueque de alimentos y otros productos con sus vecinos. Pero aun así, se muestra preocupada por la dificultad para pagar los servicios básicos, porque “no se condonan las deudas, solo se aplazan los pagos”.

Para quienes integran el Proyecto Transgénero la situación es igual de grave. En especial por la extrema fragilidad laboral y económica de varios de sus colaboradores: “Muchas de las personas con las que trabajamos en el plano artístico hoy están desempleadas”, explica Ana Almeida, integrante de la coordinación de La marcha de las putas, uno de los eventos performáticos más conocidos en los que toma parte la organización. Según Almeida, el gobierno “ha demostrado su incapacidad para resolver problemas en condiciones normales, peor aún con la actual coyuntura”.

El bailarín y coreógrafo Gustavo Vernaza, quien desde 2012 colabora con el Proyecto Transgénero, suscribe lo dicho por su compañera. “Las leyes e instituciones de la cultura en el Ecuador no son efectivas para proteger y garantizar los derechos de los artistas”, subraya. También estudiante de derecho, Vernaza considera que los fondos de emergencia ofrecidos por el régimen para el sector “son un insulto”, que además exacerba el desprecio de la sociedad hacia el trabajo artístico. “Yo no quiero que, como bailarín, el Ministerio de Cultura me vuelva dependiente o mantenido, pero sí que me ayude a visibilizar que mi aporte, mi trabajo, está bien reconocido y respaldado por la institución”, advierte.

“Yo no quiero que, como bailarín, el Ministerio de Cultura me vuelva dependiente o mantenido, pero sí que me ayude a visibilizar que mi aporte, mi trabajo, está bien reconocido y respaldado por la institución”.

— Gustavo Vernaza, coreógrafo y bailarín

Claro que para alcanzar esa valoración, resultan todavía más difusas las fronteras con que el Ministerio separa al arte de la industria del entretenimiento, y al artista del gestor cultural. Estos son dos universos complementarios pero sin duda distintos, aunque en ocasiones puedan estar representados por una misma persona o colectivo: “Está muy bien que haya alguien que realice un proyecto para crear el grupo de danza de la tercera edad de un barrio, por poner un ejemplo. ¡Es fantástico! Ahora, ¿cómo se puede medir eso en relación con la propuesta de un poeta para publicar su libro de poesías? No tienen punto de comparación, pero hoy pueden ser parte de la misma convocatoria para optar a un fondo de fomento”, grafica Patricio Vallejo.

Reinventarse III: soluciones virtuales

La Línea de Fuego
Función virtual de «Circo Actual», para un festejo de cumpleaños. Quienes integran el Círculo de Artes Escénicas le denominaron «zoompleaños».

Frente a las preguntas de una realidad cada vez más compleja –con la pantalla como frontera-, ensayar respuestas desde la solución virtual de Internet se hizo parte de la actividad diaria de muchos artistas. “Yo manejaba más o menos Facebook, pero nunca había usado herramientas como Facebook Live o Zoom: desde marzo nos invitaron a participar en entrevistas, charlas, conversatorios… ¡todo online! Fue como un curso intensivo muy arduo pero valioso el aprender a editar videos, cambiar formatos y tratar de aportar algo en esta temporada tan dura y de tanto aprendizaje humano”, relata el músico Moti Deren, compañero de Susana Reyes y responsable de la parte técnica de sus clases y actividades en la web.

Una buena noticia es que los desafíos técnicos pueden ser resueltos con más ingenio que presupuesto: “Realmente hasta ahora nos hemos manejado con lo básico, usamos un iPhone para las clases y un ordenador portátil para las entrevistas en Zoom”, detalla Deren. No obstante lo sencillo del equipamiento, el músico destaca la “hermosa respuesta” que han tenido las clases pero señala que estas nuevas prácticas han incrementado las exigencias, como controlar al mismo tiempo el funcionamiento de los dispositivos y la conexión, contar con baterías adicionales en caso de cortes de energía, estar pendiente de la música en vivo o grabada y además evitar que los movimientos de su compañera la dejen fuera de cuadro. “Ahora estoy buscando un buen micrófono inalámbrico, para que Susi pueda tener mejor definición de sonido y para evitar ruidos molestos del entorno”, indica.

“Este es el momento de mirarnos en el otro, pero no desde la caridad sino desde la ética; desde el saber que todos nos necesitamos, como granos de una misma mazorca”.

— Susana Reyes de la Casa de la Danza

El actor y director teatral, Fredi Zamora, también considera interesante la transmisión a través de las redes, para las cuales formó un “equipo familiar” con su esposa e hija y algunos colaboradores cercanos. “Como artistas, este es momento de adaptarnos y ser creativos: si no es posible realizar nuestro trabajo en una sala de teatro, el Internet nos da una alternativa muy positiva, porque no solo nos permite llegar a públicos de nuestra ciudad, sino de otras partes del país y de la región”, elogia. Y según le indicaron algunos de sus espectadores, la opción también es favorable para ellos: “Me comentaron que, por el costo de un link, puede disfrutar toda la familia y además se ahorran el parqueadero o la cena fuera”, bromea.

Asimismo, Zamora señala que sus funciones a través de zoom mantuvieron el nivel de concurrencia del vivo (50 personas en promedio, para una temporada de cuatro semanas) y casi no registraron inconvenientes técnicos o de conexión. “Contamos con internet de fibra óptica y usamos una sola cámara, de un teléfono celular; el sonido también es directo”, enumera, al tiempo que remarca que “el teatro online ha llegado para quedarse”. “A esta pandemia todavía no le vemos salida, pero tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados; tenemos que seguir indagando en las tecnologías para mejorar la experiencia de hacer arte en los medios digitales”, concluye.

Otras variantes, como las serenatas virtuales por el Día de la Madre y del Padre, o los “zoompleaños” que hoy son el “caballito de batalla” del Círculo de Artes Escénicas para sobrellevar la crisis, surgieron más como un parche de emergencia que como una solución meditada y de largo aliento. En general, todas las personas entrevistadas consideran que las plataformas web resultan útiles para mantenerse en contacto con colegas o familiares, o bien para seguir cursos y talleres de capacitación sobre distintas disciplinas. “Yo prefiero grabar videos, con ideas que ya nacen para ese formato, antes que transmitir en vivo por internet. También hemos adaptado dos de nuestras obras, pero es mucho trabajo y el resultado no se compara con el teatro en vivo”, observa Claudia Monsalve, quien descarta la obtención de recursos por esta vía, dada la imposibilidad de competir con el inagotable material de acceso libre.

El grupo Contraelviento, por su parte, buscó estimular a través de Internet las ventas de libros de su sello editorial, con resultados más bien modestos: “Nos fue un poco mejor internacionalmente, porque no hubo una gran aceptación en Ecuador. De todas formas tampoco alcanzamos a suplir los ingresos que perdimos para este año”, admite Patricio Vallejo. Su iniciativa de presentar en videos, de forma disociada, todos los elementos que componen sus distintas obras, tuvo en cambio el objetivo de “hacer que la gente siga pensando en el teatro, sintiendo que aquí estamos, con la expectativa de que cuando todo esto termine, podamos recuperar esa ceremonia única e irrepetible entre actores y espectadores”.

Reinventarse IV: problemas reales

La Línea de Fuego
«La presencialidad es irremplazable», señala Susana Reyes, de la Casa de la Danza.

En este sentido es oportuno señalar que, según datos de la Encuesta Tecnológica 2018 del INEC, solo el 37.2% de los hogares ecuatorianos dispone de conexión a Internet, sin precisiones respecto del tipo de plan y la velocidad del servicio contratado. El mismo informe revela que el uso de celulares inteligentes con acceso a la web es algo mayor (41.4%), pero tampoco se especifica si tales dispositivos funcionan con tarjeta prepago o plan de datos. Si se consideran los futuros efectos de la crisis económica ocasionada por el confinamiento, y las proyecciones de desempleo para 2021 (6.1% según consultoras privadas, contra el 3.8% de 2019, ya que el INEC decidió cancelar la medición de 2020), es de suponer que estos indicadores tecnológicos se vean afectados, disminuyendo el potencial de consumo digital en general, y artístico-cultural en particular. Vale recalcar: el “paraíso perdido” virtual puede no resultar tan deseable, en las condiciones que amenazan a corto plazo.

Incluso en casos positivos como las clases que imparte Susana Reyes a través de las redes sociales, la experiencia virtual mantiene una deuda con la presencialidad: “Mi vida ha sido estar en contacto con la gente; y, si yo llevo la clase preparada pero percibo algún detalle energético en el grupo, enseguida reoriento la actividad. Esto no es posible cuando se trabaja online”, indica la coreógrafa. “Tuve que aprender a transmitir la magnificencia de la danza desde un ámbito reducido”, agrega, en referencia a la cámara que le permite interactuar con sus estudiantes.

“En Zoom también tuvimos un aprendizaje muy doloroso: no difundir nunca las claves de manera pública”, recuerda Moti Deren. A causa de esa imprudencia, en medio de un conversatorio internacional su cuenta fue hackeada y les obligó a suspender la actividad: “Es una buena herramienta para conectarse con muchas personas, y además no es tan cara, pero también puede mostrarnos el estado en que se encuentra la humanidad”, lamenta.

A la última consideración, Gustavo Vernaza agrega una dificultad adicional: “Competimos contra contenidos gratuitos, buenos y, además, producidos en países que sí están garantizando la dignidad e importancia del trabajo de sus artistas… como esos que recomendó el Presidente en su cuenta de Twitter”, ironiza. Para el bailarín, el principal inconveniente es la falta de valoración política y social del colectivo artístico en el Ecuador, que conduce a que “cuando se habla de reactivar la economía del país, no se mire al arte como el pilar fundamental que debería ser”.

Imitación de vida

Así las cosas, imaginar desde el arte nuevas realidades que la vida pueda imitar, halla su necesario punto de partida en la cotidianidad de cada artista. Las búsquedas son tan numerosas como los protagonistas: las urgencias vitales conviven con proyectos más elaborados, así como los sueños nuevos se entrelazan con los postergados. “Hace tiempo que tenía una idea para una obra de clown y durante esta cuarentena pude terminar de escribirla; ahora estoy trabajando la propuesta con otras seis personas –director de teatro, equipo de animación y de diseño-, para conseguir financiamiento y poder montarla”, afirma Isabel Rodas, actriz y productora ejecutiva de FILMARTE.

Especialista en danza Butoh, Susana Reyes está habituada a la exploración constante, y a modelar metáforas del subconsciente con su cuerpo. Intuir el camino para hallar la luz en medio de nuestra propia oscuridad es siempre una herramienta muy útil; y lo es más todavía en períodos agitados e inciertos como los que atravesamos desde que la covid-19 se inmiscuyó en nuestras vidas para subvertirlo todo: “Este es un período de transición. Los seres humanos estamos llamados a una mudanza, y cuando nos mudamos, tenemos que decidir qué cosas nos sirven y cuáles otras ya no podrán acompañarnos en el viaje”, profundiza Reyes. “Definitivamente, para salir de esto tiene que haber una mirada a la colectividad”, amplía.

Por supuesto, al agitado escenario pandémico también se trepan las inquietudes y la angustia. A ratos la coyuntura cobra un protagonismo inusitado, aunque no acabe de desarticular la bella e imprescindible mentira artística. “Lo que más me preocupa del después de esta crisis es que la gente ya no necesite la forma directa del arte, bien porque se acostumbró al consumo digital; o bien porque piensa que esa oferta debe ser gratis”, se inquieta Claudia Monsalve, quien sin embargo está dedicada a escribir guiones y cuentos para los títeres que esperan en sus maletas. “Si esta crisis mandó parar, hay que hacerlo: pensemos, hagamos nuevos textos, estudiemos, comuniquémonos… Es el momento de atender a otros aspectos de la vida”, apunta.

“Lo que más me preocupa del después de esta crisis es que la gente ya no necesite la forma directa del arte, bien porque se acostumbró al consumo digital; o bien porque piensa que esa oferta debe ser gratis”.

— Claudia Monsalve del Titiritero

Esa es una perspectiva que comparte Patricio Vallejo, a quien la pérdida del espacio de creación de su grupo y las dificultades financieras no le quitan la certeza de que habrá un futuro, y que las artes escénicas tendrán un lugar en él: “El teatro, como todas las artes, genera identidad, produce un sentido de humanidad que se pierde en la vida rutinaria del consumo. Y no es imprescindible que haya cien mil personas en una representación: lo lindo sería que se hicieran cien mil representaciones para cien personas cada una, esa es la importancia cualitativa del teatro”, se entusiasma.

Ana Almeida define a esa convicción como “ética de la adversidad”, un rasgo que a su modo de ver también comparten los colectivos LGBTIQ+. El hecho de que el aparato estatal pretenda invisibilizar o eliminar a los artistas y a las diversidades sexuales, de algún extraño modo los impulsa a resistir y mantenerse unidos, activos y creativos. “Si se entiende que nuestro principal problema –nacional y mundial- es cultural, entonces vaya que tenemos que invertir en ese ámbito, porque ahí está el cambio; todo lo demás es una secuela”, finaliza Belmar.

Hay mucho de cierto en el testimonio anterior. Las secuelas que provocan el arte y la cultura no son menores y se evidencian en casi todos los aspectos de una sociedad: “El arte no es lo que ves, sino lo que haces ver a los demás”, sostenía el pintor francés Edgar Degas. Los pueblos que valoran a sus artistas alcanzan la soberanía simbólica: eligen por su cuenta las imágenes, metáforas y sonidos mediante los cuales afirman su identidad, sus sueños y su forma de habitar el mundo o relacionarse; de esta autonomía de pensamiento nace la decisión de usar esos materiales en el orden, la combinación o la actividad que se les ocurra. Solo así podemos encontrar un modo propio y único de reír, amar o enseñar. De allí a lograr que nuestra vida imite a nuestro arte, el camino no es sencillo… pero sí mucho más corto.


*Jorge Basilago, periodista y escritor. Ha publicado en varios medios del Ecuador y la región. Coautor de los libros “A la orilla del silencio (Vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos-2015)” y “Grillo constante (Historia y vigencia de la poesía musicalizada de Mario Benedetti-2018)”.


La Línea de FuegoFoto principal: Escuela de Formación del Actor – Teatro Ensayo de la CCE ( Marcelo Arellano).

 

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