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jueves, mayo 2, 2024

La sabiduría indígena curó a la modernidad, la historia de la quina

Por Jaime Chuchuca Serrano*

La historia de los sabios, amautas y chamanes indígenas, ha sido relegada de la historia oficial, antes de la llegada de los españoles ya conocían la rica utilidad medicinal de cientos de plantas. En 1574, Nicolás Monardes se admiró como los indígenas trataban las fiebres intermitentes con una planta llamada quina-quina (Piedrahíta, 2008). A inicios del siglo XVII una cresta de paludismo aplacó Europa y fue transportada a América. En muchos lugares de Los Andes, a 1800 y 2500 metros de altura, los sabios indígenas empezaron a tratar la malaria con la corteza del árbol quina-quina; la corteza del árbol se bautizó más tarde como cascarilla.

El sabio cacique de Rumishitana, Pedro Leyva – apellido del encomendero español, hasta ahora no se ha encontrado su nombre kichwa–, de Malacatos, Loja, experto chamán y herbolario, estudió y perfeccionó las dosis de la planta ancestral de la cultura palta y curó a varios enfermos sin costo. En 1638, Leyva atendió a un cura jesuita y al corregidor de Loja, estos mejoraron en pocos días tras tomar el remedio de polvos amargos. La historia del cacique Pedro Leyva, muestran la conexión inescindible entre salud, medicina y democracia.

Los curas jesuitas españoles enviaron la cascarilla a Lima. A los pocos días fue atendida Francisca Enríquez de Rivera, esposa del Virrey del Perú, condesa de Chinchón. Ahora la planta ancestral indígena empezó a ser llamada chinchona (Martín, 2001). El botánico sueco Linneo la bautizó como Chinchona Officinalis. En Europa muchos le llamaron el polvo de los jesuitas, Oliver Cromwell, protestante, se negó a tomar la medicina, falleciendo pocos días después, en 1658. Robert Talbor se apropió de la pócima y fue ascendido a médico real de Carlos II, en 1672. El brebaje indígena andino fue sometido al extractivismo epistemológico de la invasión. Con el tiempo se regresó al nombre de quina (kina). El escudo de Perú adoptó la famosa planta.

El extractivismo de la planta empezó en Loja (Malacatos y Vilcambamba), pasó a Cuenca, y tuvo varios booms desde el siglo XVIII. Primero se exportó a París y Roma, después a Asia y África. Los esclavos y trabajadores agrícolas de las colonias eran atendidos por el producto. Las expediciones Francesa, Española, la Expedición Botánica del Virreinato de Nueva Granada, la del Virreinato del Perú y Chile (1783-1808), fueron claves para describir 16 tipos de quina. Entre 1800 y 1805 Francisco José de Caldas y Alexander von Humboldt llegaron a estudiar la planta en Loja en Uritusinga, Villonaco y Rumishitana.  Solo en 1785 se envió más de un millón de libras de corteza de quina desde Loja y Cuenca a Europa (Jaramillo Alvarado, 1995). De acuerdo a Jussieu, La Condamine, Vicente Maldonado, Caldas, Humboldt y Eugenio Espejo, este boom farmacológico capitalista provocó sobreexplotación y deforestación intensiva (Larreátegui y Lafuente, 2013). Espejo recomendó la quina para la hidropesía, gangrena y cáncer (Aspiazu Estrada, 2018).

La Línea de Fuego
La quinina salvó al mundo del paludismo. A cambio, los árboles de quina en Loja, se talaron sin piedad. Fotografía: cienciacarbonia.es

El extractivismo epistemológico se convirtió en extractivismo económico. En 1800 se acabaron los árboles de quina en Loja. Con la extracción y saqueo de semillas de quina, por los ingleses Markham y Spruce, se empezó la siembra en otros países; Loja y Cuenca se olvidaron para la extracción. La riqueza generada para la población fue mínima. Las quinas de Colombia, Perú y Bolivia siguieron el mismo camino de saqueo (Piedrahita, 2008). Inglaterra impuso como estrategia dominar la quina para fortalecer su ejército y sus colonias. 

En el siglo XX, se extrajo en Europa el principio activo de la cascarilla, la quinina. En la Segunda Guerra mundial, tras una nueva ola de paludismo, se regresó a ver a Los Andes en busca de los árboles de quina. Surgieron los antimaláricos sintéticos atebrina y la cloroquina, con la quinina como esencia del medicamento. Más tarde nacieron bebidas como el gin tonic y otras con esta sustancia. Solo hasta 1987 el médico colombiano, Manuel Patarroyo, descubrió y donó la vacuna contra la malaria -la primera vacuna sintética de la historia-, y la que viene perfeccionando por casi cuatro décadas.

La quinina sigue dando de qué hablar. Actualmente los médicos indígenas andinos han descubierto propiedades antidiarreicas y antineumónicas. Se ha empezado a experimentar la quina junto al eucalipto y otras plantas para el coronavirus. Ojalá los fármacos que surgen contra el coronavirus siguieran el ejemplo del sabio cacique de Rumishitana y Manuel Patarroyo, quienes donaron a la humanidad sus investigaciones, porque el capitalismo quiere mercantilizar cualquier cura.

El sabio cacique de Rumishitana, Pedro Leyva, de Malacatos, Loja, experto shamán y herbolario, estudió y perfeccionó las dosis de la planta ancestral de la cultura palta y curó a varios enfermos sin costo.


*Jaime Chuchuca Serrano es abogado, licenciado en Filosofía y magíster en Sociología. Actualmente, docente de la Universidad de Cuenca. 


La Línea de FuegoBibliografía:

Jaramillo Alvarado, P. (1995). Historia de Loja y su Provincia. Cuenca: Don Bosco. Obtenido de Jararnillo Alvarado P. Historia de Loja y su Provincia,

Larreátegui, David y Lafuente, Lizeth. (2013). El árbol de quina, 400 años de su descubrimiento en el Ecuador. Revista Metro Ciencia 21 (1), 1-8.

Martín, L. (2001). La Conquista Intelectual del Perú. “El Colegio Jesuita de San Pablo, 1568-1767”. Barcelona: Casiopea.

Piedrahita, S. (2008). Las Quinas en el Mundo y en Colombia,. Revista Medicina, Vol. 25 No.2 (62), 128-130.

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