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sábado, abril 27, 2024

Esta herida llena de peces: literatura más allá de la orilla

Por Natalia Enríquez*


Tapa y contratapa: Lorena Salazar Masso (Colombia, 1991). Estudió publicidad en Medellín e hizo un máster de narrativa en la Escuela de Escritores de Madrid. Ha publicado cuentos en la revista La Rompedora y el libro digital Calle Rosada con Idartes –Fundación Cucú. Esta herida llena de peces es su primera novela.


Esta herida llena de peces cuenta la historia de un viaje en canoa, a través del Atrato, un río que a su vez es un mundo que fluye en el agua, que se construye en ese vaivén, un río mundo en el que sus habitantes mimetizan cada tonalidad del paisaje, y la reflejan en sus emociones. Ese ritmo propicia una historia como alga verde que crece, pero que además despoja de cualquier impostación al hecho de que una mujer viaja para devolver a su hijo a la otra madre.

Es una novela que es memoria viva, escrita como si siguiera hablando la naturaleza: el canto de los insectos, el bosque, el fondo del agua; como si la oralidad del pueblo y sus gentes que están alrededor del río, del viaje y de la historia hubiesen transmutado a la palabra, y es que la hechura de Esta herida llena de peces tiene mucho de embrujo. Escrita como un canto, como una leyenda, como un rezo colectivo contiene párrafos y capítulos como piezas únicas y completas que se licencian el uso de las palabras de acuerdo con sus gentes y sus andares.

“El Atrato une mercados y separa personas. El río lava la ropa, da de comer, sostiene niños, baña mujeres, esconde muertos. Cura los lamentos de los ancianos. El río no discrimina bendice y ahoga”.

 

Esta herida llena de peces/La Línea de Fuego
Lorena Salazar Masso. Esta herida llena de peces. Angosta. Medellín. 2021. 185 páginas

Desde una pequeña onda del río se abre una profundidad, se tensa todo su potente núcleo, lenguaje, ritmo e historia, conjurados atraviesan las aventuras que el viaje ofrece “Todo viaje duele” dice la madre que lleva el niño. En esa ambientación, la historia le otorga un renovado valor al detalle, en la precariedad solo queda espacio para lo mínimo, para aquello vital como la comida, el mismo plato todos los días, pescado y plátano, como una alegoría de lo esencial, pero al mismo tiempo una crítica a la desigualdad.

La autora ubica la novela en una periferia dentro de otra, es una mujer escribiendo sobre la maternidad pero más adentro, muchas capas de tierra más allá de esas categorías o conceptos a ratos llevados al abstracto. Lorena Salazar, apuesta por poner la mirada ahí donde se encuentran personajes que no tienen preocupaciones urbanas, ni pequeño burguesas o intelectuales, desde donde comprender sus condiciones; mujeres que no logran identificar su propia estela de violencia, que solo necesitan decir ahí están los hombres de rojo y verde con botas de caucho para decir una violencia sin decirla, mujeres cuyo mayor conflicto es resolver diariamente qué comerán los suyos.

Lo que sí hace esta novela es mostrar lo pequeño y lo rural como un espacio de reafirmación de la comunidad, cualquiera que fuese, de mujeres, de madres, de pobres; también como un momento donde se puede volver la mirada a la simpleza de la vida, a través de los ojos del niño, de su humor tan sencillo compartido con la complicidad de una madre que ofrece a su vez su sencillez y dolor con humor y amor.

“Las costumbres simples permanecen: nadar en el río, cocinar arroz con queso o trenzar a una vecina. Las trenzas unen a la dueña del pelo y a quien lo trenza en una complicidad íntima; la trenzada deja ver sus raíces, se arrodilla ante otra para que disponga de su fuerza y encanto. La trenzadora es responsable de crear caminos, ríos, salidas en el pelo de otra, unirla a todas las mujeres que han sido trenzadas en la historia”.

Es una novela que empieza fresca y leve y va cerrándose como una piel curtida al sol, toda la solvencia de la voz solamente va reafirmándose. De pronto no se puede tapar el sol con un dedo ni sacar el agua del río, explota la vida que nos venía acompañando en el viaje tan juguetonamente, cambian los colores a ocres y cafés tierra. Y es que es una novela escrita como un tejido que sana la herida, en el que se hilvana a mano puntos que se esconden, se zafan y se vuelven a unir.

“Una madre es una cáscara. Guarda la semilla, cubre, protege, se abre para que salga el fruto. La madre tiene al hijo adentro, el hijo tiene a la madre alrededor. El niño es un brote que sembraron junto a mí, en la misma maceta, hace algunos años”.


*Natalia Enríquez es comunicadora social, máster en Estudios de la Cultura – Políticas Culturales. Es madre de un niño de 6 años, tiene un gato negro y ama la literatura, tanto que piensa que su vida es una ficción.


 

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