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domingo, mayo 5, 2024

ANTICAPITALISMO Y SENSATEZ. por Pablo Stefanoni

 
Página 7 <www.paginasiete.com.bo>

Cada vez más, entender la economía (y el capitalismo) se vuelve más complicado. Simplemente para sobrevolar los elementos que intervienen en la crisis actual hay tantas complejidades -especialmente las vinculadas con los oscuros instrumentos financiero/especulativos- que sin duda no es tarea fácil enfrentar el tema -ni siquiera en clave de divulgación. Eso tiene un reflejo directo en las izquierdas. Cada vez más, parece haber un desfase mayor entre economistas marxistas analíticos hipersofisticados -que suelen moverse en ámbitos cada vez más académicos- y la masa de militantes, activistas y dirigentes. Quizás por eso, las izquierdas sólo parecen encontrar un discurso más o menos coherente en contextos de crisis, mejor si son más profundas como Grecia o España,allí basta con denunciar las iniquidades del capital (que son muchas y variadas).

Claro, en el caso de las izquierdas moderadas, como el PSOE en España, pueden criticar el ajuste y la corrupción del PP pero difícilmente aporte recetas muy diferentes. La socialdemocracia europea vive una crisis de ideas quizás más grande que la propia crisis del capitalismo de la que quizás ya no salga más. ¿Pero las izquierdas radicales están mejor en términos de brújulas orientadoras?

Las izquierdas radicales actuales combinana manudo catastrofismo poco informado, teorías de la conspiración por doquier, e impugnación moral al capitalismo. (Y ahí no debería dejarse de lado que el catastrofismo también resulta útil a cierta derecha neoliberal europea que quiere mostrar que el viejo estado de bienestar lleva al continente al desastre y que hay que apostar por vías liberales más radicales, incluyendo mayores desregulaciones del mercado de trabajo). En ese terreno de dificultad para entender la economía -las finanzas, los cambios geopolíticos –¡el rol de China y potencias intermedias!-, etc- gran parte de las izquierdas latinoamericanas (populistas, pachamámicas, etc) se sienten más cómodas en el terreno de la cultura. Así, volvió a emerger una suerte de “neo-arielismo”,que retoma sin citarlo aquellas metáforas con las que José Enrique Rodó dividía a unos EEUU materialistas, individualistas y egoístas frente a una América Latina más espiritual, menos deshumanizada, etc. El socialismo del siglo XXI, por ejemplo, reproduce ese tipo de esquemas a escala global: capitalismo egoísta vs. socialismo humanista. Probablemente no esté mal esta distinción, pero ¿qué tan lejos podremos llegar con este nivel de profundidad analítica?.

En un artículo interesante en la revista de izquierda estadounidense Jacobin, Seth Ackerman vuelve a plantearse los problemas que enfrentan los proyectos anticapitalistas, reponiendo el análisis económico duro (“The Red and the Black”, 12-2012). A partir se ahí apunta que el problema de los proyectos antisistémicos no es tanto un problema de tipo antropológico/moral vinculado a la naturaleza humana (si los seres humanos son egoístas o cooperativos) sino a un problema técnico: es difícil pensar un proyecto anticapitalista que no parta del nivel de vida actual (en términos globales). Eso plantea enormes problemas de coordinación económica a gran escala, que por ejemplo el socialismo real tuvo muchas dificultades para resolver. Uno de los problemas fue el de los precios (que como se sabe “almacenan” una cantidad de información vinculadas a la escasez, preferencias de los consumidores, etc.) pero otro en de la ausencia de un mercado de capitales, reemplazados por asignación de recursos de tipo burocrática. Si esas economías -que de todos modos actuaban a gran escala- tuvieron esos problemas, son muchos más los que afrontarían economías “comunitarias” o anarquistas/autogestionadas (sin las grandes masas de capital que requiere la producción moderna ni pistas realistas para manejarlas en caso de existir). La fabricación de los bienes y la producción de servicios se volvió crecientemente descentralizada -y tercerizada- y parece difícil volver a economías más “simples” de antaño. Eso es lo que propuestas como las del llamado “vivir bien” no pueden -ni al parecen quieren- resolver. Por un lado, en término de propuesta altermoderna global no da ninguna pista sobre cómo coordinar economías de mayor escala que una pequeña comunidad, asumiendo que en esos espacios las cosas funcionen como dicen sus apologistas. Por el otro, tampoco funcionan en términos de “lo pequeño es hermoso”, simplemente porque sus difusores no están dispuestos a abandonar personalmente, en una suerte de deserción personal (como la de algunos religiosos en EEUU), ese “nivel de vida actual” que mencionaba antes.

Otra vertiente del “anticapitalismo” es más exitosa en términos de políticas concretas pero más incierta en su superación del “régimen del capital”. Es básicamente, la de las alas izquierdas de los gobiernos de Venezuela, Bolivia o Ecuador (que a menudo, ¿por suerte?, tienen más incidencia en redactar manifiestos que en ´manejar la economía). El ex ministro de Hidrocarburos Andrés Soliz Rada tiene la honestidad de defender el capitalismo de estado como un modelo de desarrollo adecuado a nuestros países. Al menos eso permite una discusión sensata y centrada. Si llamamos a eso “vivir bien” o anticapitalismo nos vamos por las ramas, como en tantos de los debates de los que participamos a menudo. Si la verdad es siempre revolucionaria, quizás lo sea también la sensatez.

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